MERIENDA LITERARIA

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Desde el programa en facebook Relatos de amor y desamor, de Patricia Andrea Lob, que motiva y promueve la lectura de escritores autopublicados, junto a Nadia Roa organizan una merienda literaria en un lugar cálido como el restaurante La Época en calle 7 N° 4791 de Berazategui. El domingo 3 de octubre a las 17 recibirán a la escritora Verónica Sordelli con la presentación de su cuarta novela, Camino al Cabo. La entrada es gratuita pero consumir algo sería una justa retribución por el préstamo del lugar.

Video en facebook.

Camino al Cabo

La colonia del Cabo de Buena Esperanza está corrompida de autoridades codiciosas, que avanzan contra los pueblos nativos, pero para la familia Brown el mayor peligro proviene de su propia raza.

A los 17 años, Peter Brown, hijo de comerciantes ingleses, emprende un viaje al asentamiento Zulú con el objetivo de continuar cumpliendo una promesa hecha años atrás. Al llegar, la tribu se enfrenta a un ataque holandeses y él no duda en asesinar para salvar la vida de Sarajib.

Peter consciente de que su cabeza tiene precio escapa. Las pruebas que deberá sortear en el camino despiertan en él un valor desconocido, y con una nueva identidad, la del pirata Jack Bannet, ira detrás de la venganza.

Mientras tanto en Sarajib el sufrimiento no termina con el rechazo de su gente que ve en el color de su piel el dolor de un pueblo que clama justicia, también debe enfrentar el rechazo de los blancos, convencidos de su superioridad en una tierra de gente salvaje.

Camino al Cabo transportará al lector a un viaje lleno de aventuras, violencia, romance y traiciones en los albores del siglo XIX.

Así escribe

Juli
Cada vez que abro los ojos, se repite el paisaje: cuerpos amontonados de miles de hombres y niños en una ciudad sitiada por el enemigo y la muerte que escribieron las páginas más sangrientas en la historia de mi pueblo.
Yo tenía apenas ocho años en esa época y era feliz. Mi única preocupación era que mi muñeca Juli tuviera la ropa limpia así en el recreo se la mostraba a mi amiga; a veces intercambiábamos las vestimentas para que lucieran diferentes.
Mi familia representaba al 50% de la población musulmana, el otro 50% estaba compuesto por ortodoxos y católicos pero vivíamos pacíficamente; en unas pocas manzanas convivían mezquitas, sinagogas e iglesias católicas y ortodoxas.
Ese día Juli tenía puesta una bermuda color naranja y una remera con rayas, su cabello negro brillaba al sol.
Sonó el timbre que marcaba el inicio del recreo.
—Vamos, Sauda, que las chicas tienen hambre— le dije tomando de mi mochila la merienda que mamá había preparado.
Estábamos sentadas en un costado del patio, para no interrumpir el paso de los chicos que corrían jugando a la pelota o las escondidas.
Sauda y yo enfrentadas con nuestras muñecas sobre el regazo y las viandas en el centro, nos encantaba compartir la comida, era nuestro secreto, no estoy segura si mis padres hubiesen aceptado que pruebe el cerdo pero a mi me encantaban los sándwiches de jamón y queso que la mamá de Sauda le preparaba. Ella disfrutaba de mis sabores de la misma manera. El otro secreto era el nombre de nuestras muñecas: Juli en mi casa se llamaba Ova, y Ova en la de Sauda se llamaba Juli.
Un ruido desconocido invadió el cielo, y una sombra avanzó ocultando los rayos del sol en una primavera que hacía poquito que había llegado. Las dos miramos hacia arriba y nos aterramos: grandes aviones transformaron todo en un caos solo en segundos. Se escuchó una explosión y el desconcierto invadió el lugar. Los gritos de todos los chicos aún los tengo en mis recuerdos. Yo me aferré a Juli para protegerla.
—Sauda, vamos—le grité.
Algo muy malo había sucedido, pero no sabía de qué se trataba. Corrí hasta mi hogar y ahí lo supe, ya nada estaba como lo recordaba. Ya no había casas ni mezquitas… eran todos escombros apilados, se oían las sirenas, los gritos… la desolación.
Apenas podía respirar: una nube de polvo lo invadía todo. Abracé con todas mis fuerza a Juli cuando los ruidos en el cielo comenzaron de nuevo; sentí en ese momento que alguien me sacaba del lugar, no pude ver de quién se trataba, era todo muy confuso. Me llevaron a un galpón muy grande donde había mucha gente, busqué a papá y a mamá… pero no estaban
—Quédate ahí —me ordenaron.
Recuerdo que era un lugar muy oscuro, donde llantos y gritos de dolor de hombres, mujeres y niños era lo único que se escuchaba.
No sé cuántos días pasaron, o si fueron semanas o meses… y mi única compañía era Juli. Juntas buscábamos entre los heridos a mis padres, caminaba entre el dolor de la agonía y más de una vez creí verlos… pero no.
Pensé en tratar de llegar a la casa de Sauda, tal vez sus papás podían decirme algo. Recordé que yo no podía ir a jugar con ella, como tampoco Sauda podía venir a la mía.
—¿Por qué, mamá? —le pregunté durante tanto tiempo.
Nuestras creencias son muy distintas —me contestaba.
A nosotras solo nos diferenciaba el sanguchito de jamón y queso.
Las bombas caían hora tras hora, no había luz, no había agua, no había comida… Juli estaba muy sucia y su pelo negro ya no brillaba, pero su sonrisa me daba fuerzas para seguir.
Apenas un bocado de alguna comida que alguien me acercaba llevaba a mi boca, la ropa comenzó a quedarme muy grande.
Un día tomé fuerzas y me escapé, en ese lugar no estaban mis padres y necesitaba encontrarlos. Un vehículo con una enorme cruz roja llegaba todos los días y dejaba algo de comida; supe que era mi única oportunidad para salir del lugar. Me oculté entre los asientos traseros y me hice lo más chiquita que pude para que no me vieran. El vehículo paró en otro centro de refugiados y ahí me bajé, y luego en otro y en otro. Pero mis papás no estaban en ninguno. Mi única compañía era mi muñeca, que seguía sonriéndome aunque su bermuda naranja ya no estaba y el pelo negro era una maraña difícil de peinar.
No sé si quedaron más centros de refugiados donde buscar a mis padres, porque un día me descubrieron.
—¿Cómo te llamas?, me preguntó una señora con guardapolvo blanco y una pechera con una inmensa cruz colorada.
Recuerdo que yo lloraba y ella me abrazó.
—Cálmate. ¿Dónde están tus padres?
Ojalá le hubiese podido contestar.
—¿Y ella quién es? —Sonrió mirando mi muñeca
—Juli, pero se le estropeó la ropa —Le contesté justificando su apariencia, sin tener noción de cómo sería la mía.

Hace veinte años que escapé y no volví a pisar Sarajevo. Mery, aquella colaboradora de la Cruz Roja, me salvó la vida rescatándome de una muerte segura. Hoy puedo ver una ciudad derrotada. Llegué como turista con mi marido y mi hija de apenas cinco años, ya cumplí los 30 y tengo nacionalidad italiana. Ingresamos a un lujoso hotel. Dos inmensas fotografías muestran las ruinas sobre las que se levantaron sus paredes, el guía hablaba, pero apenas pude escuchar sus palabras.
Acomodé nuestra ropa en la habitación mientras Franco organizaba las excursiones ajeno a mi pasado: nunca le había contado mi historia, era el secreto mejor guardado y sentía que si nadie la conocía el dolor iba a ser más soportable.
—Vamos —me dijo entusiasmado.
La primera excursión era un city tour. En cada cuadra había rastros de la guerra, casas con sus fachadas agujereadas por las balas de los francotiradores en las colinas.
Llegamos al centro donde una inmensa línea blanca separa su realidad. De un lado las casas occidentales con sus comercios e iglesias, del otro, toda la cultura musulmana con su gente y sus mezquitas. El corazón latía muy fuerte y el dolor en mi pecho era casi insoportable cuando sentí los olores de mi infancia; caminé como pude para que mi familia no se diera cuenta de mis sentimientos. El tour siguió adelante con el recorrido programado. Subimos la ladera hasta el mirador, desde allí la ciudad entera estaba a nuestros pies… Manchones blancos, manchones blancos, manchones blancos. “No pregunten, por favor, ¡no pregunten!”. Quise gritar, pero no me salieron las palabras.
—¿Qué es eso? —No me escucharon.
—Son los cementerios mixtos que tuvieron que levantarse en cualquier pedazo de tierra libre, y ése… —continuó con su relato señalando hacia el lugar— es el más grande, es una cancha de fútbol.
—¿Podemos visitarlo —preguntó otro.
Caminé sus pasillos y miré sus tumbas donde las cruces se mezclaban con pirámides diferenciando las creencias religiosas, pero tenían algo en común: no tenían inscripciones ni nombres; solo el año de la muerte, eran tumbas blancas llenas del dolor del anonimato y apenas un número, el 1992. ¿Ahí estarían mis padres? Imposible saberlo, pero con el dolor que sangraba en mis entrañas me despedí de ellos.
Llegamos a la mayor atracción turística: el Túnel de la Vida…
Una parte importante del lugar era como entonces. Bajamos varios metros por escaleras hechas sobre la piedra por hombres, mujeres y niños con desesperación, para poder escapar del asedio que se vivía. Otra parte había sido construida lo más parecida posible a la original. El guía con palabras solemnes, contaba la historia.
—Por acá —dijo mostrando unos rieles— llegaban carros con alimentos. Se llama Túnel de la Vida o de la Esperanza porque gracias a él pudieron salir muchas mujeres y niños y salvarse del horror. —Si observan con atención… —Continuó con su relato. Yo ya no lo escuché.
Había caminado esos ochocientos metros muerta de miedo, empapada por el agua que se filtraba entre las rocas y el frío que calaba mis huesos.
Mi niña me tiró del brazo
—Mami, mirá —me dijo trayéndome al presente.
Una pasarela de madera y una música de fondo iniciaba el recorrido de un humilde museo levantado en el lugar. Fotos de aquel momento cubrían las paredes de piedra, vitrinas atesoraban recuerdos de lo que se había podido recuperar entre las ruinas de la muerte. Mi cuerpo se paralizó, las lágrimas no se contuvieron: una pequeña caja de vidrio había llamado la atención de mi hija.
—Mirá, mami, mirá.
Juli seguía sonriendo.


2 Respuestas a “MERIENDA LITERARIA”

  1. Hermosa y conmovedora la historia de «Juli»…su relato te lleva a imaginar cada lugar..los rostros y hasta las sensaciones se apoderan de uno..
    Felicitaciones…Verónica Sordelli..y esperamos Camino al Cabo…

  2. «Juli» y «El viejo loco», son dos historias, que te transportan a un interesante viaje por la historia.
    El sur del conurbano te espera Vero

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