CARTA AL AMIGO AUSENTE

Compartir

Por Guillermo Berasategui

Querido amigo:
               Esta carta que nunca llegará a tus manos, o que quizás no termine de escribirla y agonice en algún rincón perdido de los cajones de mi escritorio. Sólo pretende arrancar del olvido esa época, quizás la más maravillosa de nuestras vidas. Estas líneas sólo intentan evocarte después de tanto y tanto tiempo; procuran demoler la muralla del olvido. Te quiero decir que pese a los años no sólo te recuerdo y te tengo presente, sino que, y creo que es lo más importante para los dos, sigo siendo el mismo tipo que conociste una noche de febrero de 1972 en el mítico Bar de Martín, ese bar y pizzería donde se solía reunir toda la izquierda militante de la zona y en la que, años después, ya en plena dictadura, se fundó la Asociación Deportiva Berazategui, el club de fútbol que lleva una camiseta naranja en honor a la legendaria lista naranja de la comisión interna de “Cristalerías Rigolleau” una de las fábricas de vidrio más importante de la zona, de hecho a Berazategui se la conoce como la “Capital Nacional del Vidrio”. Ironías de la vida, la mayoría de los hinchas de Deportivo Berazategui no conocen el origen del color de la camiseta de sus amores.  

 Me sonrío al evocar esa reunión, que fue mi primera reunión en la “orga”, el saber que éramos parte de algo mucho más grande y más importante que nos hermanaba. Me acuerdo que en el transcurso de la reunión surgió una tarea y como todo novato fui el primero en ofrecerme, todos se miraron y “Bigote” dijo: “Está bien, que vaya con Beto”. Rápido nos pusimos de acuerdo para encontrarnos al otro día en el ya desaparecido Medio Caño, una parada de colectivos que había en la calle 14 y barrera de Berazategui, a las cuatro en punto. ¿Sabés una cosa? Cada vez que paso por ahí me acuerdo de vos. 

 Vos sabés que mi deuda de gratitud contigo es imposible de medir. Igual los recuerdos rebeldes suelen atravesar mi nostalgia. ¿Te acordás? Vos hacías fotografía, yo practicaba ciclismo y a los dos nos llamaba la atención lo que hacía el otro, hasta que terminamos con aquel extravagante canje de una bicicleta por una cámara de fotos (una Kiev rusa que terminó sus días extraviada en un taller de reparaciones). Todavía me sonrío al recordar tu andar inseguro y la risa nerviosa cuando te bajabas de ese metálico caballo con dos ruedas. 

 Ahora que lo pienso nunca supe tu nombre y para vos yo siempre fui “César”, conocías mi casa, yo conocía la tuya, cuando la urgencia militante nos daba un respiro, estábamos tomando mate, arreglando una bici o hablando de fotografía. Lo más que llegué a saber de vos es que trabajabas en una firma importadora de material fotográfico en la Capital, vos sabías que trabajaba en la construcción y “estudiaba” de noche. De todas maneras eran épocas de pocas o ninguna pregunta. ¿Te acordás de la noche que estábamos con los compañeros bloqueando las puertas de la Cristalería Rigolleau? Había que impedir que la Guardia de Infantería desalojara a los obreros en huelga. Nos comimos los gases de la cana y la apretada de la patota de la burocracia del Sindicato del Vidrio y hasta alguno cayó en cana. Esa vez y, como tantas otras veces, cayó Ernesto, pobre, tenía una puntería terrible para caer en cana. A pesar de todo nosotros nos cagábamos de risa. Si hay algo que rescato de esos años, entre tantas otras cosas, es la enorme felicidad y alegría que le poníamos a todo. Hoy que lo veo a la distancia me doy cuenta que no fue por inconsciencia o por un impresentable culto a la muerte como llegó a decir algún intelectualoide del establishment. Por sobre todas las cosas éramos profundamente felices de sentir que estábamos construyendo un mundo nuevo, una sociedad diferente, soñábamos que de alguna manera éramos una pequeña parte del Hombre Nuevo. 

 ¿Te acordás del golpe militar? En los días previos estuvimos recorriendo todas las fábricas de la zona tratando de entrevistarnos con las comisiones internas, había que resistir, buscábamos desesperados nuevas formas de militancia. Por desgraciada no fuimos capaces de anticiparnos a tanta barbarie.

 No puedo borrar de mi memoria el día que fallaste a la cita, me dije: “Qué cagada, ¿Ahora cómo lo encuentro?” Dejé pasar los exactos cinco minutos y me tomé el primer bondi que pasó. Al otro día te fui a buscar al ya previsto de antemano chequeo y cuando no apareciste, las sombras invadieron mis pensamientos, eran los días en que todo era difícil, los contactos orgánicos eran un sueño y a veces una pesadilla porque no sabíamos con qué o quién nos íbamos a encontrar. Por eso estábamos tan aferrados a los pocos contactos seguros que nos quedaban. 

 Me fui a casa a buscar una salida al terrible laberinto, el que todavía no conocía en toda su dimensión. Dejé pasar un día y a la tardecita, apretando muy fuerte con mi mano derecha a “Rebeca”, que siempre me acompañaba a todas partes para no sentirme tan solo, y contradiciendo las normas de seguridad, tomé la difícil decisión de ir a tu casa, sin pensar en otra cosa que encontrarte.

 La puerta del pasillo abierta de par en par fue el primer indicio, no sólo se abría una puerta, sino también una herida muy difícil de cerrar; pasé de largo, lento, los nervios me devoraban, mi mano derecha casi ahogaba a “Rebeca”. De golpe, no sé cómo ni porqué, volví sobre mi rastro y con paso decidido me encaminé por ese pasillo que nunca me pareció tan largo. Tu casa, que era casi mía, estaba destrozada, la puerta rota, las cosas por el piso, mucho más no pude mirar, una lógica de supervivencia me hizo volver sobre el camino andado. Al llegar a la calle mi desesperación cobró su real dimensión en el momento que vi que un chico de seis o siete años me miraba con el espanto dibujado en su rostro. Caminé a paso vivo, troté, empecé a correr ligero, te juro que no sentía pánico, pero el vacío que se me abría en el alma era mucho más fuerte que la suma de todos los miedos.

 Llegué a casa sin saber cómo, agitado, dejé a “Rebeca” sobre la mesa, por su brillante y metálico empavonado se deslizaban las gruesas gotas de mi transpiración, me senté con la cabeza entre las manos y por primera vez en mi vida militante no supe qué hacer ni qué decir.

 Todavía hoy no sé en qué momento me resigné a saber que ya no habría ni una nueva cita, ni reunión, ni nada más. De alguna manera comencé a vivir con tu recuerdo como una cálida presencia. Tiempo después me enteré que a tu compañera la patota la había tirado abajo del tren y de tu hijo no supe nunca más nada. Por algunas palabras sueltas tuyas yo sabía que tu mamá tenía un almacén cerca de la barrera y avenida Varela. Cuando lo descubrí, pasé mil veces por la puerta y jamás me animé a entrar, al tiempo el negocio cerró y así perdí la última única pista que tenia de vos.

 Cada vez que veo las fotos de los compañeros que ya no están, te busco, nunca te pude encontrar, ni siquiera un rastro, un dato, nada. Sos uno de los tantos que se perdió en la larga y siniestra noche de la dictadura.

 Recién después de mucho tiempo me di cuenta que vos eras la única persona que sabía dónde yo vivía, dónde trabajaba, en qué lugar podía llegar a estar cubierto por unos días, sin embargo a ninguno de esos lugares llegó nunca ningún esbirro a buscar nada. Ahora soy consciente que tu silencio tiene que haber lastimado a tus verdugos muchísimo más que lo que ellos te lastimaron a vos. Sí ya sé, me vas a repetir lo que aprendimos con el querido Ernesto Giudici, que decía que “la lucha de clases sigue en la mesa de tortura” pero vos sabés que yo veo todo con otros ojos, porque para mí tu obstinado, terco y elocuente silencio fue el que permitió que ahora yo te pueda escribir esta carta, que vos nunca vas a leer, pero me queda la ilusión que en medio de tanto horror la pudiste imaginar mientras, como siempre, te reías con esa risa tímida y nerviosa. 

Una aclaración necesaria

Presentes

PD: Hasta la noche del 23 de agosto de 2021, “Beto” era lo único que sabía de su nombre, leyendo el libro Presentes-Los desaparecidos de Berazategui, editado por el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia, tropiezo con el nombre Carlos Alberto Ramírez Montenegro. Pese a lo escueto de la apretada síntesis biográfica no me quedó ninguna duda de que Ramírez Montenegro y Beto eran la misma persona.

Fotos: Gentileza de Ernesto Zeitlin.


7 Respuestas a “CARTA AL AMIGO AUSENTE”

  1. Conmovedoras palabras, sobre todo porque soy una de sus sobrinas, y nací un año después de su desaparición, conocí a mi tío Beto a través de fotos familiares y de los relatos de mi abuela, mi padre – su hermano – y de mi madre. Su esencia vive en su descendencia, honramos su legado, sus valores e ideales, y ahora entiendo un poco mejor el origen de mi sensibilidad social y mi compromiso con las cusas colectivas.
    Ojalá podamos encontrarnos en persona, Guillermo, gracias por esas bellas palabras y por recordarlo así, tal como era.
    Abrazo fraterno
    Natalia Ramirez

  2. Gracias Guillermo por tu homenaje .
    Soy sobrina de Beto , también.
    Desde mis 19 años hasta la actualidad ( ahora ya con 42 años) me encuentro buscando algo sobre la historia de militancia. Y faltaba éste relato. Lo soñé. Lo imaginé. Y llegó. Alguien que en primera persona le haga un homenaje. Un carta. A lo largo de mi trayectoria de vida pude escuchar a mi abuela, a mi padre y a mi madre hablar de Beto. Sin embargo, faltaba una carta emotiva de mi tío Beto y llegó con vos Guillermo. Gracias. Reparás mí historia. La de mi hermana. La de mi familia.
    Hay tanto de él en mí. Mí raíz. Mi razón para seguir trabajando socialmente por los que menos o nada tienen. Abrazo grande. Un beso al cielo.

  3. Soledad, Natalia, Alberto: Gracias, gracias, gracias a los tres, es dificil hilvanar palabras en momentos de tanta emocion. Despues de cuatro decadas de busqueda y de pensar que nunca iba a lograr nada, a la vuelta de la esquina la vida me da un beso en la boca (Serrat dixit). Siento que es demasiado premio el que me esta dando la vida, sinceramente no lo esperaba, pero la realidad siempre se empeña en superar a la mejor de las ficcciones. Los quiero mucho, mi mejor abrazo

  4. Acabo de terminar de leer la carta. Emociona hasta las lágrimas! Palabras tan sentidas y lo que más conmociona es esa lealtad que describe entre camaradas. Desde ya me alegra por mis primas, Laura y Natalia este regocijo al alma. Soy testigo de sus búsquedas y este hallazgo es un gran tesoro! Las quiero mucho chicas, las abrazo y las admiro mucho más!.

  5. Hola Guillermo, es realmente hermosa la carta y como bien está aclarado no había mucha información sobre Beto. Yo soy la nieta, y me gustaría que nos conozcamos tengo muchas cosas que quiero saber y que por diversos motivos no pude averiguar. Espero poder hacerlo. Gracias por la carta,

Los comentarios están cerrados.