La macabra historia detrás de los billetes que un contrabandista acaba de ingresar.
Esta semana, horas antes del 78° aniversario de la liberación de Auschwitz, fueron incautados en Buenos Aires billetes usados en los campos de concentración nazis.
Los bonos comerciales que formaban parte de un contrabando mayor de moneda de distintas épocas y regiones estaban siendo ingresados desde Uruguay por alguien con antecedentes penales, según informó la Aduana argentina, desde donde compartieron las fotos del procedimiento que aquí se reproducen.
Tales billetes tenían inscripciones cuya traducción sería:
“Este bono sólo es válido como medio de pago para los prisioneros de guerra; podrá ser gastado y recibido por estos dentro del campo de prisioneros de guerra o en el caso de jornadas laborales en las oficinas de compras designadas a tal efecto. Sólo podrá ser canjeado por moneda de curso legal en la oficina de gestión del almacén. Los infractores, imitaciones y falsificaciones serán sancionados. Jefe del comando supremo de la Wehrmacht”.
En tiempos en que la UNESCO pide a las empresas de redes digitales que limiten el franco crecimiento de los contenidos negacionistas del holocausto, es probable que la expresión “prisioneros de guerra” puede confundir a las nuevas generaciones.
No se refería a combatientes enemigos de Alemania durante la segunda guerra mundial, sino a personas secuestradas por ser consideradas inferiores: más de cinco millones de judíos (pudieron ser 6,25), tres millones de católicos polacos, 2500 Testigos de Jehová, 250 mil gitanos, 12 mil homosexuales, 80 mil disidentes alemanes (además de los 70 mil disminuidos psíquicos que habían matado antes de la guerra), según cifras compiladas a fin de siglo por el proyecto norteamericano Crónica del Holocausto.
Esas personas fueron discriminadas de manera metódica por orden gubernamental, obligadas a portar un distintivo en sus ropas. Luego, arrinconadas en guetos, un espacio de pocas cuadras dentro de una ciudad adonde se los obligaba a convivir apiñados con pocos ingresos de alimentos. Fueron sacadas por tren en vagones de madera donde viajarían de pie sin agua ni comida, donde morían sofocadas o deshidratadas.
Por fin, depositados en campos de trabajo forzado cuyo cartel de recepción mentía: “El trabajo libera”, una frase famosa desde las fotos de Auschwitz aunque también hallada en otros sitios.
El complejo Auschwitz-Birkenau-Monowitz tenía tres bases separadas a una distancia semejante a la que hay entre las estaciones de Ezpeleta, Berazategui y Villa España. Erigida en unas viejas instalaciones de la invadida Polonia, constituyó el mayor centro de exterminio mundial, que asesinó a más gente que el millón y medio de armenios a manos de los turcos en 1915, hasta superar con creces los antecedentes británicos en sus colonias a principios del siglo.
Al bajar de los trenes, las criaturas y personas ancianas no aptas para el esfuerzo físico eran enviadas a la muerte. Se salvaban si eran gemelas o enanas, porque al médico Josef Mengele (quien se refugiaría en Avellaneda *) le interesaba experimentar sobre sus cuerpos. Quienes parecían aptas para trabajar eran separadas por género y tenían una esperanza de sobrevida.
De uno de ellos, quedaron sus relatos acerca de los padecimientos diarios en el campo de detención (Lager) donde permaneció, un cuadrado de seiscientos metros de lado, rodeado por una alambrada de púas y otra interna de alta tensión, entre los sesenta barracones de madera (Blocks) donde dormían dos por camastro cuando eran regresados del ‘trabajo’ en la Buna (fábrica o taller). En su libro Si esto es un hombre (1958) Primo Levi se refiere a los “bonos-premio” que debían ser distribuidos entre los mejores trabajadores:
“Tal distribución se hace con gran parsimonia y evidente iniquidad, la mayor parte termina en manos de los Kapos y de los prominentes; sin embargo, los bonos-premio circulan en el mercado del Lager a guisa de moneda, y su valor varía en estricta obediencia a las leyes de la economía clásica”.
Los Kapos eran los secuestrados puestos a mandar sobre otros retenidos a fin de imponer algún orden sin exponer a los SS ante la inferioridad numérica. Allí había una Kantine, especie de almacén de ramos generales donde vendían, entre otras cosas, “el Mahorca, un tabaco de desecho, de venta oficial en paquetes de cincuenta gramos, contra la entrega de bonos-premio”. Levi describe:
“Se ha pagado una ración de pan por bono-premio, luego una y cuarto, también una y un tercio; una vez ha sido cotizado a ración y media, pero luego el suministro de Mahorca en las Kantinas ha disminuido y , al faltar la cobertura, la divisa se ha precipitado a un cuarto de ración (…) Pocos buscan el Mahorca para fumárselo; casi siempre sale del campo y termina en los laboratorios civiles de la Buna”.
El canje consistía en que la persona secuestrada acumulaba pan, con eso compraba Mahorca; se la vendía con cautela a un trabajador civil de los que entregaban pan y, por supuesto, le daba una dosis superior. Con ese margen de ganancia, ponía en circulación la ración sobrante. Levi relató que
“Esas especulaciones establecen una conexión entre la economía interior del Lager y la vida económica exterior: cuando ha faltado la distribución del tabaco a la población de Cracovia, el hecho, superando la barrera de alambre de púa que nos segrega del consorcio humano, ha tenido repercusión en el campo, provocando una clara alza de la cotización del Mahorca y, en consecuencia, de los bonos-premio”.
Se comerciaba para sobrevivir:
“Todas las noches, se estacionan pacientes en los puestos de los proveedores: de pie durante horas bajo la lluvia o la nieve, hablan agitados en voz baja de las variaciones de precios y del valor del bono-premio. De cuando en cuando alguno hace una breve visita a la Bolsa y vuelve con noticias. Son innumerables los artículos disponibles en la Buna útiles en el Block: Bombillas, cepillos, jabón, limas, pinzas, sacos, clavos; se despacha el alcohol metílico, bueno para hacer bebidas, y la bencina, para encendedores, prodigios de la industria secreta de los artesanos del Lager”.
Había algo que los judíos no podían hacer con el bono que acaba de hallarse: entrar al Frauenblock, donde prostituían a las muchachas polacas Häftlinge (secuestradas), lugar reservado a los Reichsdeutsche (los alemanes arios, políticos o criminales).
Las normas de la economía eran peores para los trasladados recientes:
“Hay quien no duda en sacarse las fundas de oro de las muelas para venderlas. Un ‘número alto’, un recién llegado ya embrutecido por el hambre, es oteado por un ‘número bajo’ a causa de alguna rica prótesis dental; el ‘bajo’ ofrece al ‘alto’ tres o cuatro raciones de pan al contado por someterle a la extracción; lleva el oro a la Buna y, si está en contacto con un civil de confianza, puede realizar una ganancia de hasta veinte o más raciones de pan, pagadas una o dos al día. Cuatro raciones son el máximo, sería imposible estipular contratos a crédito, como preservar de la codicia ajena y del hambre propia una cantidad mayor de pan”.
Los SS son rigurosos al reprimir esos comercios en pos de quedarse con el oro dental, que arrancarán de los muertos en cantidades industriales cuando sean sacados de las cámaras de gas y antes de ser cremados.
En una treintena de campos de detención se emitió papel moneda con distintas características, como compiló el licenciado Federico de Ansó, socio 729 del Centro Numismático Buenos Aires, en su investigación en la que toma datos del Museo del Holocausto. Su trabajo, nutrido de reproducciones de billetes y monedas, puede apreciarse aquí:
* Ranelagh
Durante la 2GM, un entramado de espionaje nazi en la Argentina contó con una «Red Bolívar» que tuvo puntos de apoyo en Bernal y Ranelagh, como lo documentó el periodista Uki Goñi en su libro Perón y los alemanes. La verdad sobre el espionaje nazi y los fugitivos del Reich.
Mire señor periodista, la verdad es que no está claro el delito de tener ésas antigüedades que no tienen valor nominal, y con respecto al GRAL PERÓN, a los únicos alemanes que dió refugio eran a: ingenieros aeronáuticos, navales, y físicos nucleares, los pocos criminales de guerra qué llegaron lo hicieron por su cuenta y de contrabando, los criminales de guerra qué llegaron a EEUU los consideraban refugiados políticos
No es tan así. Perón, refugió a nazis en la argentina.
Coincido con el comentario del Sr. Obregón
Nada que ver con lo que publicaron los medios nacionales. Incluso Tiempo Argentino. Muy bueno.
Qué interesante. No sabía eso.
No sabía todo esto, apenas tenía una noción de los campos de concentración.
Por fin un tema trascendente.
Siempre con estos temas, Moya.
Todo el tiempo se saben cosas nuevas de esto, eh.
Creí que los hacían trabajar gratis.
Qué bueno es que salgan un poco de la coyuntura
Le pasaré esta nota a mis hijos, para que sepan.
QUé bueno es tener un medio local que se ocupe de estas cosas. Muchas gracias.