DIANA LOPSZYC, EN UNA ACTUACION CONSAGRATORIA

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Por Donato Decina

En una estupenda demostración de talento y categoría interpretativa, se presentó la pianista Diana Lopszyc en un concierto que integró el ciclo “Huellas Argentinas” ante un Salón de Honor del Centro Cultural Kirchner completo y con público impedido de seguir ingresando. El programa estuvo compuesto por obras de compositoras nacionales y abarcó un espectro que fue desde la década del ’30 del pasado siglo hasta nuestros días.

El concierto dio comienzo con “Angelus” (Anunciación) de Amanda Guerreño, compuesta en 2017. Dedicada a la intérprete y estrenada por Ella, en su inicio se percibe una tendencia impresionista en un extenso e interesante discurso inicial el que da paso a una sección central de atmósfera más distendida para retomar el tema del inicio hasta llegar al final del trabajo. Lopszyc hizo gala de una estupenda técnica con ataques muy seguros y momentos sutiles en la sección central.

El programa continuó con “Incensum”, de Claudia Montero, compuesta en 2009 y que constituyó un sentido homenaje a esta notable creadora, fallecida de manera muy prematura en 2021. Aquí también hay un discurso inicial extenso de gran línea melódica que da paso en su centro a un vals emotivo para retomar el tema que cerrará la obra. La solista dio en el punto justo de interpretación; recibió aplausos sostenidos, a los que retribuyó alzando la partitura a modo de homenaje a la compositora.

En la continuidad pudo escucharse una muy intensa versión de “Homenajes I (a los 30000 y sobrevivientes)” de Nelly Beatriz Gómez, en la que Lopszyc efectuó un impresionante despliegue de medios para una composición caracterizada por su extrema energía expresiva, con fuerte densidad en la escritura y desafíos técnicos para quien la interprete, lo que en el caso de Lopszyc fue logrado con absoluta holgura.

“De mi Infancia”, obra de 1935 de la extraordinaria compositora y musicóloga Isabel Aretz, siguió en la continuidad del concierto. Tres números la conforman: “Cajita de Música” en donde Lopszyc extrajo del piano un sonido transparente, cálido y exquisito. “El Arrorró de la Muñeca” en donde la tradicional canción de cuna es objeto de un sentido tratamiento por parte de la compositora y aquí la interprete logró una increíble faena. Cerró con “Michifuz” un simpático motivo con el que Lopszyc culminó otra estupenda demostración de calidad,

Eva Lopszyc compuso para la intérprete “Victoria de Samotracia”, tomando como referencia la escultura atribuida a Pythokritos de Rodas en el año 190 a.c. y hoy expuesta en el Museo del Louvre, en donde se hace honor a una batalla breve pero intensa en la que el jefe del bando ganador expresó que si se volviese a ganar de esa manera, igual estarían perdidos. Eva Lopszyc plasmó una composición intensa y llena de dificultades  a resolver. Dedicada a Diana, ésta hizo gala de todas sus cualidades para llevar a muy buen puerto esta versión; otro de los puntos más notables del atardecer y llamado aquí también a la compositora para compartir los aplausos.

“Escalenicas: Tres piezas para Piano” de Irma Urteaga fue la siguiente composición abordada cuyas partes son: “Luminoso”, tiempo intenso y descriptivo, “Esotérico” en donde un halo misteroso atraviesa toda esta página y “Compulsivo”, enérgico y de un final seco y muy directo. Un muy interesante  trabajo de la etapa final de la producción de Urteaga que fue aplaudido de forma muy respetuosa.

En el final, Lopszyc hizo gala de su extraordinaria capacidad interpretativa al abordar la estupenda Toccata Op. 4 de Alicia Terzian. Compuesta en 1954 es una página intensa, de suma contundencia, que le exige a solista una entrega total y aquí Diana Lopszyc volvió a hacer gala de todas las cualidades para dar al cierre un final vibrante y brillante, resaltado por la presencia de la compositora, quien brindó unas palabras para resaltar la labor de la solista y que era Ella quien le estaba agradecida por la difusión que al más alto nivel, Lopszyc hacía de su música.

La intérprete retribuyó los aplausos con un pequeño preludio de Alberto Ginastera, que en manos de Diana Lopszyc sonó transparente, como brillante final para una labor extraordinaria.