LA MUERTE DE PERON, EN BERAZATEGUI

A 50 años de la partida del mayor líder político argentino, un extracto del libro “Habría que matarlos a todos”:

Dolor

En la oficina del delegado, recibió el aviso:

–Negro, acaban de informar que El Viejo murió.

El Barba Gutiérrez –quien por entonces vivía en Berazategui– apretó los labios y se sostuvo la frente con una mano.

Los obreros pararon SAIAR y empezaron a juntarse, uno se limpiaba las manos mientras miraba al suelo; otro insultaba a cualquier parte. Casi nadie hablaba en el clima de creciente silencio pesado que se atrevió a romper un sexagenario:

–De chico, el primer juguete que tuve… me lo dio El Viejo.

Se le quebró la voz. Otros empezaron a lagrimear. Varios recordaron lo que los había unido al líder. Ponderaban alguna forma de reparto de la riqueza y su mejora en la calidad de vida; el Estado de bienestar.

–Yo no quería hablar porque sabía que iba a aflojar. ¡El que acaba de morir es El Viejo! El Viejo de cada uno, ése con el que te querés aunque te aporree; con el que uno se pelea y se reencuentra; al que… Pucha, che… Es como ser huérfanos, ¿no?

–Se murió el único que nos defendía.

Al Barba, de 22 años, le impresionó ver hombres que le doblaban la edad, llorar sin vergüenza. Uno intentó decir:

–Lo pongas pa’ un lao’, lo pongas pa’l otro, como El Viejo…

… apenas pudo sacudir la palma a un costado y otro; agachó la cabeza y dio media vuelta para irse al fondo del galpón.

El intendente de Quilmes, José Rivela, anunció una misa. El de Berazategui, Nicolás Milazzo, envió un telegrama; en su despacho, el hijo –Titín– veía a Isabelita con lágrimasen lasqueno creyó. En la Municipalidad de Avellaneda, los partidos redactaron una solicitada en favor de “la continuidad de María Estela Martínez de Perón”.

“Todos con Isabel”, se apuraron a manifestar las Brigadas de la JP (secundarios); la JPRA y la UB Dante Lugo, de Don Bosco.

Desde todo el conurbano sur acudía gente humilde. Yoya se fue de la casa tres días mientras su hijo adoptado meses antes, con 5 años, la buscaba en la TV, con tanto empeño que se grabó ese desfile bajo la lluvia, cargado de angustia:

–Ojalá no se pierda; con lo difícil que es conseguir una mamá.

También Tino Pérez, vicepresidente del Deliberante quilmeño, miró cuatro horas el desfile fúnebre. Fue dos veces al Congreso y, con lachapa de concejal, evitó la cola.

Los últimos en despedir al Viejo fueron Lucho Morello y su pareja, Lilia Mannuwal. Detrás, vieron que la cola continuaba; larguísima. Al salir, bajaron las escalinatas y, a media cuadra, por Callao, el jetón de la JP en zona sur, lloró:

–Petisa, se acabó todo.

Lucía M., acostumbrada al rol duro, la que nunca aflojó ni le vio aflojar, sintió, bajo la lluvia, el viento que los azotaba con una frialdad tan inédita cuanto incomparable, tan gélido como inabarcable.

De regreso, con los obreros movilizados desde La Plata, Carlos Sánchez (FAP), atravesó Quilmes, donde la mujer del compañero que disparó a las sentaderas del vandorista Angel Abasto, abortaba su tercer embarazo.

–El hijo que yo quería…

–¿El que querías? ¿O el que te hace sentir más macho? Porque a un bebé hay que darle de comer, ¿entendés? Así que te pregunto de nuevo, como cuando corrí por vos. Elegí: la patria o la familia.

El Indio Allende, de 33 años, se acarició la cicatriz en la cara:

–Ya sabés. Elijo la patria.

La blonda Elena Hansen apretó los puños y los labios. Llamó al hermano; cargó todo en un camión y se marchó, entre lágrimas que reconocían orígenes en los más variados rincones del alma.

Él halló consuelo en Elba, una psicóloga. Rosa Molinelli (FAP), a su segundo regreso desde Tucumán, notó que Pacho Margni fumaba mucho; aunque hacía gimnasia, leía y era cariñoso con Victoria y Andrea, a quien llevaba al colegio Mancedo, a la vuelta de casa, miraba con la desazón de quien piensa que, ahora sí, no importaba si los mataban a todos.

Otro del grupo, El Oso Ranier, lloraba en un patio de Flores en que Cacho El Kadri disolvía FAP17, el 12 de julio, con la triste adhesión de suyos.

Muchos se irían a Montoneros; varios, a la JP Lealtad y, los menos, al ERP que, en honor al luto popular, dispuso un alto el fuego.

Deambuló Manuel Gallardo –el berazateguense que una década antes había participado del robo-expropiación del sable de San Martín–, iba rumbo a su empleo municipal en la Capital, temeroso de responderse sobre el porvenir, cuando halló un texto del primer delegado del líder:

“Cuando Perón no esté, ¿qué significará ser peronista? Cada uno dará una respuesta propia y esas respuestas nos separarán. Tal vez nos encontremos en los homenajes recordatorios, pero entre un partidario de las conciliaciones que propugnan los obispos y un revolucionario, no hay otro campo de entendimiento: estamos en diferentes barricadas y como la lucha es muy aguda no nos saludaremos como caballeros medievales sino que nos degollaremos como corresponde a enemigos irreconciliables”.

John William Cooke, a Juan Domingo Perón, 1962.

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