EL NEGOCIO DEL CLASISMO PUNITIVISTA

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El siguiente texto fue escrito y difundido por las redes del abogado Alberto Sarlo, quien desde hace trece años trabaja en el Pabellón 4 de la UP 23 de Varela, donde alfabetiza, da clases de boxeo y dirige un taller de literatura y filosofía más una editorial que publica escritos de internos y liberados.

Por Alberto Sarlo

El crimen fue aberrante. La realidad virtual nos permitió apreciar que fue un ataque cobarde de muchos contra uno. Las cámaras muestran una golpiza salvaje por parte de un grupo que practicaba un deporte de contacto que se jacta de supremacismo (tema para otro debate, pero es hora de que los jugadores de rugby reconozcan la violencia implícita que exponen todos los fines de semana y que se replanteen la falacia de «los valores del rugby». Si defienden esa frase nefasta defienden un supremacismo ético de un deporte por sobre el resto del universo deportivo. No demos vueltas: los deportes NO llevan un ADN de valores implícitos, los deportes son construcciones culturales, y como todo «constructo» depende de la ética con que los seres humanos lo practiquen y organicen, se llame boxeo, rugby, bádminton, ping pong o ajedrez). A lo expuesto hay que sumar un aporte clasista: las cárceles son destino común de negros, marrones, villeros, nadies…, pero esta vez existe la posibilidad de una revancha clasista atento que los victimarios son blanquitos, conchetos y rubiecitos. Está claro que el morbo que genera esta última característica es algo que nunca va a desaprovechar el mainstream mediático y mucho menos un personaje como el abogado y precandidato a gobernador Fernando Burlando.

Era obvio que con estos antecedentes el periodismo decadente transformaría a los atacantes en monstruos. La definición de monstruo unifica el discurso y organiza la acción: Tanto ricos como pobres, por diferentes razones, piden a gritos justicia, sin ponerse a pensar ni medio segundo que declaman venganza. En este contexto ¿Suena ingenuo decir que por más que no empatizo ni medio milímetro con los victimarios, tengo muy claro que esos pibes, conchetos, rugbiers, partícipes de un hecho violento y potenciales homicidas son seres humanos? ¿Es naif afirmar que la categoría antropológica de «monstruo» es inexistente en el derecho argentino y que en lo anatómico somos todos seres humanos? Puedo pecar de candidez, pero debo afirmar que las leyes penales se aplican sólo a seres humanos por más desagradable que haya sido el delito cometido y por más millones de pesos que ganen los medios con este caso.

El sentido común, conservador, racista y punitivista, no necesita analizar mucho más: Si son monstruos cobardes que atacan en banda a un indefenso, pues la solución es que deben sufrir y, si mueren durante la praxis sufriente, mucho mejor. Bien, pues entonces ¿Qué mejor que las cárceles, o mejor dicho CENTROS DE TORTURA, como hace trece años las defino?

El dolor de los familiares y amigos es legítimo y lógico. Sus declamaciones son entendibles y comprensibles, pero aunque les suene incorrecto, el dolor no legitima leyes ni fallos. Puedo abrazar y apoyar a los dolientes, pero el dolor no da derechos ni reglamenta a las sociedades. El dolor de la familia Blumberg generó que Roberto Durrieu, un asesor del dictador genocida Rafael Videla, modificara el Código Penal violentando pactos internacionales agregados en la Constitución Nacional.

Los que piden perpetua están pidiendo de acuerdo a nuestra normativa penal 50 años de cumplimiento efectivo. O sea, están pidiendo que los ocho acusados, sin discernir la acción de cada uno, mueran en la cárcel ¿Alguno de los que opina eso conoce una cárcel por dentro?

Las reivindicaciones clasistas no se solucionan con punitivismo, se solucionan con militancia, con lucha, con resistencia y con educación popular.

Desde el 5 de mayo de 2010, todos los miércoles ingresoal Complejo Carcelario más hacinado, más putrefacto y con mayor tasa de mortalidad de toda la Argentina: El Complejo Penitenciario de Varela. Dicho complejo posee seis cárceles (23; 24; 31; 32; 42 y 54), yo ingreso al 4, un pabellón de «población»; en la jerga carcelaria es un pabellón picante, pesado en donde los guardias sólo entran armados. Allí nació nuestra Editorial Cuenteros, versersos y poetas.

Desde allí publicamos y regalamos más de 32.500 libros. Ese pabellón apestoso y maloliente queda en el sector de máxima seguridad de la U23, una cárcel construida para 482 camas y que hoy aloja a 1764 presos (datos oficiales del Ministerio de Justicia). Cuando hablamos del morbo de blanquitos en la cárcel hablamos de que los centros de tortura son destino de pobres y marginales. Más del 95 % de los detenidos son de clase baja. En los trece años que llevo alfabetizando, enseñando filosofía, literatura y boxeo NUNCA TUVE UN ALUMNO CLASE MEDIA O CLASE ALTA. LOS MILES DE ALUMNOS FUERON VILLEROS, MARGINALES Y ANALFABETOS FUNCIONALES. Esa es la razón por la cual nadie escucha mis denuncias y a nadie le importa apoyarme. La sociedad avala las atrocidades que se viven en los penales por la sencilla razón de que es cosa de villeros, de negros, de nadies.

En estos trece años fui testigo de motines, peleas, represiones, huelgas y muertes. Visité compañeros en la cárcel hospital de la U22 de Olmos y vi las secuelas de la gangrena, la sífilis y la sarna, padecimientos medievales muy comunes en las mazmorras penitenciarias. Fui testigo de la muerte de decenas de pibes presos (16 compañeros de la Editorial que los conocía muy bien y centenares de alojados en las cárceles colindantes).

Escuché los gritos desgarradores de Eduardo Iriarte García un pibe del pabellón 3 que lloraba de dolor por problemas estomacales, que el médico de la 23 nunca quiso atender y que a las semanas moría por peritonitis (denuncia que efectué en posteo del 15 de diciembre de 2021).

Acompañé a sanidad a decenas de compañeros que escupían sangre, fruto de los efectos de la tuberculosis (en 2022 publiqué tres posteos con dichas experiencias). La Provincia lleva tres records consecutivos de asesinatos institucionales en penales: en 2019, 145 fallecidos; en 2020 se batió ese record alcanzando 178 preses muertos; en 2021 las cifras oficiales llegaron a 205.

Esa es la cárcel muchaches, ahí es adonde quieren mandar a morir a los victimarios de Fernando Báez Sosa. ¿A eso llaman justicia? ¿A eso llaman aplicación del derecho? ¿Por qué en vez de pedir perpetua o pena de muerte, no me ayudan a concientizar a la sociedad sobre la macabra realidad de los centros de tortura? De lo contrario, sería mucho menos hipócrita y sincero pedir la pena de muerte en Argentina. Háganlo y sepamos de qué lado de la mecha nos encontramos.