Sordelli, entre Roa y Lob (Foto: Archivo)
(CIB) Patricia Lob y Nadia Roa recibirán a la escritora Verónica Sordelli este domingo 29 a las cinco de la tarde.
Ya habían organizado su primera visita el 3 de octubre de 2021, cuando trajo su tercera novela
Ahora, la moderadora invita:
Entre charla y risas, Verónica Sordelli nos hablará de su nueva novela. Será un domingo con energía universal 1, a las 17, en Mateo Brunch (147 entre 14 y 15). Los esperamos y nos confirman, así preparamos lindo el lugar.
Patricia Lob
Así escribe
CIB comparte un viejo texto de la autora para matizar la espera hasta tanto traiga su nueva novela.
Juli
Cada vez que abro los ojos, se repite el paisaje: cuerpos amontonados de miles de hombres y niños en una ciudad sitiada por el enemigo y la muerte que escribieron las páginas más sangrientas en la historia de mi pueblo.
Yo tenía apenas ocho años en esa época y era feliz. Mi única preocupación era que mi muñeca Juli tuviera la ropa limpia así en el recreo se la mostraba a mi amiga; a veces intercambiábamos las vestimentas para que lucieran diferentes.
Mi familia representaba al 50% de la población musulmana, el otro 50% estaba compuesto por ortodoxos y católicos pero vivíamos pacíficamente; en unas pocas manzanas convivían mezquitas, sinagogas e iglesias católicas y ortodoxas.
Ese día Juli tenía puesta una bermuda color naranja y una remera con rayas, su cabello negro brillaba al sol.
Sonó el timbre que marcaba el inicio del recreo.
—Vamos, Sauda, que las chicas tienen hambre— le dije tomando de mi mochila la merienda que mamá había preparado.
Estábamos sentadas en un costado del patio, para no interrumpir el paso de los chicos que corrían jugando a la pelota o las escondidas.
Sauda y yo enfrentadas con nuestras muñecas sobre el regazo y las viandas en el centro, nos encantaba compartir la comida, era nuestro secreto, no estoy segura si mis padres hubiesen aceptado que pruebe el cerdo pero a mi me encantaban los sándwiches de jamón y queso que la mamá de Sauda le preparaba. Ella disfrutaba de mis sabores de la misma manera. El otro secreto era el nombre de nuestras muñecas: Juli en mi casa se llamaba Ova, y Ova en la de Sauda se llamaba Juli.
Un ruido desconocido invadió el cielo, y una sombra avanzó ocultando los rayos del sol en una primavera que hacía poquito que había llegado. Las dos miramos hacia arriba y nos aterramos: grandes aviones transformaron todo en un caos solo en segundos. Se escuchó una explosión y el desconcierto invadió el lugar. Los gritos de todos los chicos aún los tengo en mis recuerdos. Yo me aferré a Juli para protegerla.
—Sauda, vamos—le grité.
Algo muy malo había sucedido, pero no sabía de qué se trataba. Corrí hasta mi hogar y ahí lo supe, ya nada estaba como lo recordaba. Ya no había casas ni mezquitas… eran todos escombros apilados, se oían las sirenas, los gritos… la desolación.
Apenas podía respirar: una nube de polvo lo invadía todo. Abracé con todas mis fuerza a Juli cuando los ruidos en el cielo comenzaron de nuevo; sentí en ese momento que alguien me sacaba del lugar, no pude ver de quién se trataba, era todo muy confuso. Me llevaron a un galpón muy grande donde había mucha gente, busqué a papá y a mamá… pero no estaban
—Quédate ahí —me ordenaron.
Recuerdo que era un lugar muy oscuro, donde llantos y gritos de dolor de hombres, mujeres y niños era lo único que se escuchaba.
No sé cuántos días pasaron, o si fueron semanas o meses… y mi única compañía era Juli. Juntas buscábamos entre los heridos a mis padres, caminaba entre el dolor de la agonía y más de una vez creí verlos… pero no.
Pensé en tratar de llegar a la casa de Sauda, tal vez sus papás podían decirme algo. Recordé que yo no podía ir a jugar con ella, como tampoco Sauda podía venir a la mía.
—¿Por qué, mamá? —le pregunté durante tanto tiempo.
Nuestras creencias son muy distintas —me contestaba.
A nosotras solo nos diferenciaba el sanguchito de jamón y queso.
Las bombas caían hora tras hora, no había luz, no había agua, no había comida… Juli estaba muy sucia y su pelo negro ya no brillaba, pero su sonrisa me daba fuerzas para seguir.
Apenas un bocado de alguna comida que alguien me acercaba llevaba a mi boca, la ropa comenzó a quedarme muy grande.
Un día tomé fuerzas y me escapé, en ese lugar no estaban mis padres y necesitaba encontrarlos. Un vehículo con una enorme cruz roja llegaba todos los días y dejaba algo de comida; supe que era mi única oportunidad para salir del lugar. Me oculté entre los asientos traseros y me hice lo más chiquita que pude para que no me vieran. El vehículo paró en otro centro de refugiados y ahí me bajé, y luego en otro y en otro. Pero mis papás no estaban en ninguno. Mi única compañía era mi muñeca, que seguía sonriéndome aunque su bermuda naranja ya no estaba y el pelo negro era una maraña difícil de peinar.
No sé si quedaron más centros de refugiados donde buscar a mis padres, porque un día me descubrieron.
—¿Cómo te llamas?, me preguntó una señora con guardapolvo blanco y una pechera con una inmensa cruz colorada.
Recuerdo que yo lloraba y ella me abrazó.
—Cálmate. ¿Dónde están tus padres?
Ojalá le hubiese podido contestar.
—¿Y ella quién es? —Sonrió mirando mi muñeca
—Juli, pero se le estropeó la ropa —Le contesté justificando su apariencia, sin tener noción de cómo sería la mía.