1973: CAMPORA AL GOBIERNO

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¡Chau, milicos!” titulaba el Nº 1 de El Descamisado, la revista de la JP que dejó de hojear Carlos Baglietto cuando oyó:

–¡Compañeros, como decía Perón, “movilizar es gobernar”!

En Quilmes se instalaron a medianoche en la plaza de siempre, sobre Pellegrini y Vicente López, para ir a la asunción de “El Tío”.

–¡Y a las 19, vamos a Devoto!

La prevista liberación hallaría al Indio Allende entre sus receptores. La paradoja era que quien había ido a matarlo, ahora era concejal. Angel Abasto, en el recinto, pedía la palabra:

–Sí, señor presidente, para proponer enviar un telegrama a la Cámara de Diputados que adhiera a la medida que va a liberar a todos los valientes que lucharon por la libertad de la patria.

En el Congreso, Armando Croatto repasaba los fundamentos del proyecto de Amnistía escrito por el diputado Héctor Sandler.

Enfrente, en la Plaza, otros tomaban posiciones. Cuando quisieron poner banderas, fueron gaseados Armando Dionisi, María del Carmen Alburúa, Mario Espósito, Daniel Santoro y Ruben Turco Elías, de la Agrupación Amado Olmos, de Quilmes, la Lista Naranja del gremio de Sanidad, se escondieron en la noche a esperar en primera línea el amanecer camporista.

El soleado 25 haría de ésa, una mañana ineludible.

A lo largo de Avenida de Mayo, los parlantes retransmitían:

–Yo, Héctor José Cámpora, juro…

–… ¡Ya van a ver / cuando venguemos a los muertos de Trelew!

En el flujo y reflujo de pueblo y milicaje, muchos perdieron armas, chapas o gorras; retrocedían empujados y puteados, con sus uniformes ornamentados por escupidas que asquearon a Tino Pérez (vicepresidente del Deliberante de Quilmes).

En esas corridas, fue herido Germán Gabio, de Banfield.[1]

[1] Las heridas le provocarán la muerte hacia los primeros días de junio. En el sepelio, habló Mugica | Según el edil (mc) Hugo Sandoval, de Lomas, ese día “se llevaron a Fernando Mereza (fon)”.

De Berazategui, el Negro Marcial quedó fotografiado por la revista Gente junto al auto de Dorticós, el presidente cubano.

Dante Gullo salió al balcón y Carlos Kunkel contribuyó a evitar disturbios.

Mientras, abajo cantaban: ¡Vamos a hacer la patria peronista! ¡Vamos a hacerla montonera y socialista!…

Trepado a la pirámide de Mayo, con campera de cuero negro, Carlos Mugica veía la masa por las diagonales hasta la Nueve de Julio.

Desde abajo, lo miraba sonriente Héctor Simeoni, un periodista de la derecha católica que se agriaba ante el estandarte a su izquierda, enorme, que rezaba “Juventud Peronista. Avellaneda presente”. Y, justo a su espalda, el de la JP Quilmes. Todas, detrás de un pasacalle extendido al entero ancho de la Rosada con diez absolutas mayúsculas negras, MONTONEROS:

–¡El Tío presidente / libertad a los combatientes! –coreaban.

Para la libertad

Desde los pabellones de Devoto colgaban sábanas con leyendas de FAP, ERP, FAR, Montoneros, PV; Evita; Comandos Populares de Liberación CPL; FAL; FAL América en armas; Por la revolución socialista; ELN; MRA; cantaban:

–¡Comunes, / guerrilleros, / somos todos compañeros!

–¡Guerrilleros, / comunes, / la lucha nos une!

Lucía Mannuwall y el Gringo van Lierde vieron merodear con bolsos a los del ERP.

–Vienen a tomar el penal para decir que a los compañeros los liberó la presión popular…

–… Y restarle valor al gobierno popular. A ver si nos cagan la liberación. ¿Qué tenés?

La petisa dejó ver, bajo la campera, una culata.

–Bien, hagamos esto: Al que identifiquemos, lo apresamos en el lugar. No hay tiempo de consultas.

Encañonaron a cinco y los sentaron contra la pared.

–¡Qué toma, ni toma! ¿No entienden que la van a embarrar? De acá, no se mueven.

De todos modos, desde el penal, hirieron a veinte en las piernas; a uno en el pecho y mataron a dos de los miles ante la cárcel.

–¡Cámpora, Presidente! ¡Libertad a los combatientes!

A las 22, Croatto, diputados y funcionarios firmaron un acta:

“Se libera a los presos políticos bajo nuestra responsabilidad”.

Una hora después, salieron los primeros veinte.

En la algarabía, se coló François Chiappé. No fue el único común. El ex intendente de Quilmes Raúl Alfredo Buján, acusado de instigar la muerte a tiros del concejal León Elías (en Avellaneda, el 27 de junio de 1964), fue liberado por ser “un delito politizado”. Con igual argumento, una Comisión Especial de la derecha excarceló a Alejandro Giovenco y Aníbal Gordon.

En dos horas, otros 160 presos salieron a compartir una patria que intuían revolucionaria: Paco Urondo y su grupo integrado por Luis Labraña; Alberto Elizalde; Jorge Lewinger; Haroldo Logiurato; Sergio Berlín; Juan Carlos Sena; Miguel A. Bustos; Lucía Swica y Jorge Caravelos

La amnistía motivó reacciones sintetizadas por el Herald: Antes que enviarlos a la cárcel, la Policía no dudará en matarlos.

A las 2, los presos de Rawson tomaron el penal, a cuyas puertas se nucleó gente de Trelew que se volvieron con ellos al amanecer hasta que subieron al avión que los trajo a Ezeiza.

El Indio Allende, después del periplo Devoto- Resistencia- Rawson- Buque- Rawson, se abrazó con los quilmeños; tal vez sin reparar en Elena tanto como hubiese querido ella, que dejó para otro momento hablar de la venta del terreno con la casa del tiroteo del ‘68, cuya parte de dinero Crédito Rivadavia se había “comido”.

Ahora había que festejar y lo hicieron; entre apretujones, tironeos y caras desconocidas que lo invitaban a beber.

Días después, fiel a su estilo, El Indio contó más anécdotas:

–¿Vieron el común que escapó, el tal Chiappé? Era un amigo.

Sus oyentes quedaron en silencio. Uno se animó:

–Che, Indio, ¿no nos pueden pegar, por eso? En todos lados están diciendo que era un narco con condena a muerte en Francia.

–¿Quién nos va a pegar? ¡Este es el gobierno popular, macho!

Todos rieron y, a mayor distensión, mayor anecdotario.

–Tenía un socio; de la pesada de Córcega. Hablaron con el Pelado Rossi para pedirnos una mano. Contactamos a alguno para que denunciara un hecho en un pueblito del noroeste y que culpara a estos dos. Cuando el juez de allá los llamó a declarar, fue fácil hacerlos fugar. Pero a los meses, cayó otra vez.

–Y hubo que sacarlo de nuevo, ¿no? –rieron con ganas.

Había motivos. Y gente nueva, como la Negrita Stella.

–Buena mina la compañera de Baglietto, eh.

El engorde

La euforia actuó como aglutinante de muchos que quisieron formar parte de la historia; algunos, por ideales. Así, Montoneros se nutrió de la gente más bondadosa como de la más arribista; desde los que podían dar la vida por un ideal a quienes eran capaces de todo por trepar. ¿Cómo diferenciarlos?

Julio Carrilero fue contactado por un compañero de la Capital:

–Para fierreros tenés a los de FAP. Nosotros somos políticos.

Oyó acerca de las Pre Unidades Tácticas Operativas (PreUTO) y los ateneos Evita, de actividades culturales, como el de Juramento y Amenábar, donde conoció a Enrique Grinberg. Carrilero se quedó en FAR con tareas de apoyo. Como había dicho Perón: “…para la violencia, siempre hay tiempo”.

Otros que se iban Montoneros, se lo comunicaron a Luis Farinello. El cura se agarró la cabeza. Discutieron mucho; gritaron; lo trataron de “cagón”. Uno llegó a escupirle a la cara.

–Muchachos, lo lamento mucho pero no quiero que los maten.

Así de seguro estaba el tercermundista.

Manuel Gallardo habría de explicarlo con distinta amplitud:

–Va a ser muy difícil convencerlos de que la violencia no sirve, si con ella se logró echar a la dictadura y el regreso del Viejo.

Carlos Baglietto y Stella Edén encararon a Farinello también:

–Nos vamos a la guerrilla, los dos.

Resignado, les improvisó una misa en la cocina de Ezpeleta.

Pocas veces sentirá que sus ruegos serían tan poco escuchados.

Las tomas

Los edificios públicos fueron copados por derecha e izquierda del peronismo, sin que Cámpora pudiera pararlas.

En una reunión directiva del Sindicato de Sanidad irrumpió una delegada del Hospital de Quilmes, con los brazos en jarra:

–¿Me pueden decir porqué todavía no tomaron el hospital?

En el Iriarte, el 7 de junio, el personal esperaba con banderas en las verjas: “Hospital Tomado Por Los Trabajadores”.

La JP garantizó la atención y pidió “que se vayan todos” los de la dictadura; entre abucheos, sacó al Dr. Oscar Enrique Prada.

Pronto, las juventudes ortodoxas redactaban su primer volante.

Tati, como periodista, oyó una infidencia de Chelo Fernández:

–O se van, o los matamos a todos.

La noche del viernes 8, en Avellaneda, con la toma “simbólica” del Finochietto, excavaron bajo el edificio en pos de un busto de Perón, enterrado en 1955, que emplazaron festivos. El 10, fue tomada la maternidad de Solano. El 11, con apoyo de la JP, los obreros tomaron Ferrodúctil, demoraron al nuevo intendente de Varela y obtuvieron el decreto de “utilidad pública”. En Bernal, los padres cambiaron el nombre del colegio Madre Teresa por el de Independencia. Hasta los presos de Olmos ocuparon la cárcel.

En el hospital de Quilmes, los de la JP aguantaban las horas sin dormir entre mateadas y discusiones sobre lo difícil de hacerse del poder cuando recibieron noticias tranquilizadoras:

–Compañeros, parece que tenemos ayuda. Van a mandarnos una doctora que entiende de hospitales y es familiar de Caride.

La doctora Sansoulet era hermana del Orejudo Luis, otro de la expropiación del sable, casado con Susana, hermana de Carlos.

Al otro día, José Rivela recibió un llamado del vicegobernador:

–Mirá, José, en la Legislatura tratamos la provincialización del hospital y nos informan que fue tomado. Así no se puede…

El jefe comunal fue con Cacho Reali y su chofer, Miguel Iglesias, a quien ordenó atropellar la cadena cruzada en el ingreso.

Al final, arreglaron la transferencia formal mediante un acta que Dionisi exhibió frente a un estallido de alegría.

El 4 de junio, en Sarandí, Bernardo Pascual Almada, delegado sindical del SUPE fue asesinado por la AAA. Días antes, la Fracción Roja copó la FAE, de Wilde, para volantear en el aniversario del Cordobazo; después, las izquierdas raptaron empresarios en pos de financiarse. FAR liberó a Oscar Castell, de Coca Cola Córdoba. El ERP secuestró a Carlos Lockwood, de Alpargatas, y a John Thompson, de Firestone, en Lomas. Luego de copar una estación de radiodifusión en Gerli para difundir sus proclamas y, tras el pago del rescate, fueron liberados. En todos los casos fueron bien tratados; “queremos construir una moral distinta”, decían en las guerrillas.[2]

[2] Aporte de Daniel De Santis ante una consulta para este trabajo.