Se cumplen 52 años de la masacre de Ezeiza, con el regreso de Perón a la Argentina. Los que fuimos y estuvimos ahí, confiábamos en el líder, porque creíamos que era el salvador de la patria. La mayoría éramos jóvenes que militábamos en la Juventud Peronista, los mismos que luchábamos para que este regreso se produzca. Fuimos llenos de euforia y alegría; volvimos tristes y confundidos, desesperanzados porque asistimos a un acto que desnudaba la división del peronismo con el enfrentamiento nuestro con la derecha de la burocracia sindical, con la Concentración Nacional Universitaria (CNU) y con el Comando de Organización comandado por Alberto Brito Lima.
La desilusión fue terrible, algunos no queríamos seguir militando porque veíamos una cierta preferencia de Perón hacia esos sectores de derecha; a lo mejor, por sus entornos o por su vejez, pero a pesar de muchos análisis confiábamos en que Perón iba a castigarlos, denunciándolos en público y reivindicándonos por la capacidad de movilización y lucha en todos los frentes. Lógico, esto no ocurrió y nosotros pecamos de inocencia.
Ahí comenzó lo que se transformó en persecución y muerte, instrumentada por las AAA contra los militantes llamados en ese momento La Tendencia, como Rodolfo Ortega Peña, Julio Troxler y el sacerdote Carlos Mugica. Después, el desastre total. Perón nos insultó en la plaza aquel 1º de mayo de 1974, puntapié inicial del genocidio en la Argentina, concluido por la dictadura militar.
Luego fuimos secuestrados, torturados, muertos y desaparecidos. Es doloroso, pero es la verdad de una etapa de lucha. Fui protagonista de esos acontecimientos.
Hoy la situación de lucha es la misma, porque aquellos civiles que fueron parte del genocidio junto a las Fuerzas Armadas, hoy manejan el poder económico, el poder judicial y la prensa en beneficio de un modelo para mil familias, dejando afuera a las mayorías populares del país.