17N: LLUVIA DE NOVIEMBRE

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La participación de las bases del conurbano sur en el primer regreso de Perón, un 17 de noviembre de 1972. Algunos de ellos derivarían hacia Montoneros o la Triple A.

Extracto de su libro Habría que matarlos a todos.

Entre la Capital Federal y la Provincial, desde los distritos con mayor densidad poblacional del país, los peronistas de derecha e izquierda se preparaban para recibir a su líder tras 17 años de exilio.

–¿Y, muchachos? ¿Con quiénes podemos contar?

Ante el planteo del cordobés Guillermo Armador Bustos, se miraron Horacio Chaves y Carlos Kunkel, presidente y vice de la Agrupación Cogorno, en su primer contacto con Montoneros.[1]

–Hay grupos que apoyan a la JP pero… No dan para la orga.

Entonces, pintó el chimangueo; el visitante buscó a aquellas agrupaciones de Ensenada y, sin que pasaran por la Juventud, las incorporó a la M. No habría oportunidad de reprochárselo.

Desde Ezpeleta, entre Quilmes y Berazategui, se movilizaron las bases peronistas. Por allí pasó Carlos Baglieto, luego militante de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) integrante de la Tendencia que reconocía la conducción de Montoneros. Fue muerto en 1975.

En tanto, Carlos Baglieto pateaba donde la JP desplegaba una pancarta manuscrita: “El 17, San Perón – Ezpeleta”. Medio centenar posó ante el fotógrafo del diario El Sol y continuó la recorrida con cánticos, seguidos de una caravana de autos a todo bocinazo.

En la estación de Quilmes, jóvenes portaban una bandera: “Los mates y Perón, un solo corazón”.

A tres cuadras, en una casa que –decía su dueño– había sido visitada por Eva Perón, Indalecio Bebe Castro ponía los dedos bajo las solapas y hablaba con voz hosca:

–Esta Mesa de Movilización es una bolsa de gatos. Menos mal que la superviso yo. A ver, leé cómo quedó.

Jorge Delia; Pety González; Julieta Imberti; E. Chavero; Julio Sívori; Horacio Ramua; Carlos Martínez; Hugo Sánchez; Ariel Bucich; C. Grondona; Donato Vila; Ricardo Ramírez; Loreto Salvatierra; Dante Parandelli; Rogelio Massuco; José Rivela y José Leguizamón.[2]

–¿Y la rama gremial?

Angel Abasto, por la AOT; Arsenio Jara, de UOCRA; Sierra por ATSA; Pedro Matti, de SETA y Luis Villasusso, por los Meta.[3]

En 1972, la Mesa de Movilización de Quilmes integró a militantes que meses después se matarían entre sí. En la foto, sentado al medio, Indalecio ‘Bebe’ Castro sería el presidente del Concejo Deliberante (1973-1976). Un dato desconocido hasta ahora es que él armó la filial quilmeña de CNU que habrá de participar en la masacre de Ezeiza y asesinar militantes del sur del conurbano cuando se incorpore a la Triple A. Allí estaban El Polaco Hugo Dubchak y Mario Piraíno, entre otros.

Kunkel miró el plano que el compañero extendía.

–Fijamos la concentración en Turdera para la tarde del jueves.

Ese 16, el cordobés del chimangueo en Quilmes, cambiaba las patentes a un auto expropiado cuando un disparo policial le rozó la cabeza y lo desmayó; en el suelo, una ráfaga le llevó algunas muelas; la Policía lo creyó muerto; la orga lo sacó de la región.[4]

En Berazategui, a Juan Domingo Javier le pareció que todos confluían al local de Dante Palladino.[5]

Desde Quilmes, con María del Carmen Alburúa, Urbano Ciavaglia y Pety, Bucich iba a ir al frente de una columna, lejos de su mujer, Cora, que estaría en la Plaza de la Juventud desde las 20, bajo la lluvia.[6]

El Indio Eduardo Allende, con uniforme verde oliva, borceguíes y barba, apareció con circense espectacularidad en el Sindicato de Sanidad. Con él iba Rafael de Jesús Ranier, robusto como un Oso, de bigote mostacho y ojo desviado, quien desde Tucumán había llegado en 1966 con 20 años; conoció a la panadera Eva López, más grandota que él, separada y con dos hijos, con quien se juntó en Soreda al 4900, de Domínico.[7]

Ambos, de FAP, siguieron a Armando Dionisi a una oficina.[8]

–Flaco, ¿qué carajo pasa que todavía no se han movilizado?

–No conseguimos colectivos.

El Indio pidió una bandera argentina y un móvil.

Lejos de allí, uno de brazalete azul tomó a otro del codo:

–Hay algo que pocos saben. Algunas tanquetas son peronistas, de Azul; esperan una sublevación que traerá armas para ponernos a la cabeza de la multitud. No sé mucho más, pero estate atento.

De nuevo en Quilmes, una mujer le contaba a otra que el “grandote de barba” estacionaba diez micros; pronto, repletos.

Más al sur, diez mil personas decididas comenzaban a caminar bajo la llovizna, persistente como la memoria de esos cabecitas negras a quienes ni el agua ni las balas detendrían; como la Víbora de Córdoba, que en cualquier suelo se deslizaba sin freno.

La columna era recorrida por Kunkel, quien veía a los desmayados por el frío o el cansancio, atendidos por estudiantes de Medicina de la JP. Quienes no aguantaban eran dejados en ranchitos de esa zona medio despoblada; todos, peronistas.

–Eh, flaco, ¿Te measte?

Kunkel no entendió, hasta que miró su pantalón vaquero rodeado de una inexplicable espuma.

Con rumbo de colisión, la Víbora se deslizaba hacia el aeropuerto. Recibía agua, leche, bizcochos o mate de los vecinos. De pronto, el que iba a la cabeza hizo señas de que callaran y se pusieran en fila. Debían pasar bajo un puente sobre el que circulaba una columna de tanques. La Víbora, en puntas de pie.

Ante otra pinza de tanquetas, se topó la columna del Sindicato de Sanidad con tenía cinco mil quilmeños de la Tendencia que callaron bombos, gritos y consignas.

–Bueno, alguno tendrá que ir a parlamentar.

Lo que siguió, semejó una escena de dibujos animados en la que todos parecían dar un paso atrás y uno quedaba expuesto de modo involuntario. Dionisi, de 28 años, empezó a caminar, con lo que le permitía el temblor de piernas, hasta un militar con casco, insignias y ropa de combate, quien lo toreó:

–¡¿Qué quiere?!

–Bueno, se diría que hablamos de comandante a comandante…

–El único comandante soy yo, y acá no pasa nadie.

Dionisi regresó con la negativa, hasta que la partera María Luisa Martínez apeló a la impunidad femenina:[9]

–Flaco, no te vas a dejar acojonar por esos milicos, ¿no?

Dionisi, con el calor y color de la vergüenza, regresó. Fue emplazado a irse en ocho minutos. Ya en la columna, el flaco Mario preguntó ¿por qué ocho? Otro compañero propuso ganar tiempo, mientras hacían avanzar la columna por sobre las vías.

En Ricchieri y Camino de Cintura, a diez metros de soldados formados con capotes de lluvia de los que asomaban bayonetas, la Víbora contempló esa masa a la que estaba enfrentada y creyó identificar en ella un origen común: debajo del envoltorio verdoso, la poca piel que se veía le resultaba de ancestral familiaridad; cavilación que fue distraída por la luz de un haz blanco subido al cielo que le cayó por detrás en nube abierta.

Dionisi, que pidió hablar con el máximo responsable, se enfrentaba a otro, con gorra en lugar de casco, distinto uniforme e insignias:

–Teniente coronel Felipelli, Carlos, a cargo y con órdenes de no dejar pasar ningún civil –cruzó las manos por detrás.

–Venimos a ver a nuestro líder. Así que… vamos a pasar.

La Víbora no esperó; reptó al terraplén de las vías y continuó; sabía que, grande como era, no sería asesinada por los militares, aunque sí amedrentada; los vio disparar fusiles automáticos livianos (FAL) al ras del suelo. No se detuvo. Sintió las balas repiquetear contra las piedras junto a los rieles, hasta que una rebotó e hirió en un pulmón a Saldaña, de El Monte, Quilmes. La Víbora miró esas piedras y sintió lo que David un rato antes de fijar sus ojos en los de Goliat. De esa villa, el cura Francisco, tano bajito al frente de cientos salidos desde la parroquia de Luis Farinello, le gritó a los tanques:

–¡Hermanos, no tiren!

Un compañero se lanzó a voltearlo con un tacle a los tobillos.

–¡Boludo, tiran de verdad!

Sobre las vías, con las tanquetas debajo y los tiros que hacían caer hojas de los eucaliptos, Juan Domingo Javier corrió a guarecerse cuando vio que Juan José Mussi era retenido bajo un toldo.[10]

–Venía a aprender a la unidad básica de mi abuela, ese tibio.

Desde Berazategui, Elsa Chiche López, esbelta morocha de largo pelo al viento, miró a cada compañero de la Agrupación Martín de Güemes que caminaba delante: Pilar Alcaraz; Mario Sdrubolini; Dante Palladino… recordó sus inicios en la militancia, a los 16 años, junto a su padre, Lino López, en la casa de Pilar y Gonzalo Alcaraz, allá por 1959. Cuando por fin iba a reencontrar al hombre de sus desvelos, de la emoción creyó ver entre los que apuntaban bajo la lluvia, que hasta los soldados lloraban.[11]

En Ricchieri y Camino de Cintura, la reflexión se confundía en el eco de la voz de Perón:

“El pueblo perdona porque en él es innata la grandeza…

La Víbora se dispersó hacia los yuyales y el río Matanza.

“… Los hombres no solemos estar a su altura moral…

Los gases describieron otra parábola. Hasta que uno gritó:

–¡El avión! ¡El avión!

En el sobrevuelo a Ezeiza, cual Luther King, Mugica entonó:

–No tenemos miedo/ no tenemos miedo/ nunca más; llevo en mi corazón seguridad que vamos a vencer al fin.

Abajo, la Víbora retomaba su lugar frente a los tiros.

“… La vida es lucha, pero en momentos como los que la patria vive, ha de realizarse dentro de una prudente realidad…

Por detrás del alambrado del aeropuerto, Cora Otamendi y los suyos corrían a un barrio, hasta donde vio acercarse los tanques.

“… Agotemos primero los métodos pacíficos que para la violencia siempre hay tiempo”.

A las 11.08, cuando el avión aterrizó, algunos gritaron “Perón, Perón”. Desde su ventanilla, Juana Larrauri vio llegar autos y policías motorizados; Mugica, bajar la escalerilla y al General, solo. Desde sus asientos, contuvieron la ansiedad.

Entonces, para cubrir al Jefe, José Rucci acercó su paraguas.

Rucci sostiene el paraguas apenas bajó Perón del avión.

Empapada de valor, la Víbora reunió sus miles de vértebras que, enteradas del aterrizaje, dejaron de correr para erigirse en un gigante dragón de gutural trueno en desafío al cielo.

En la columna al costado del aeropuerto, Kunkel se disponía a encarar a los militares cuando sintió un tirón en la manga.

–Dejá, dejá que voy yo –fue a parlamentar Horacio Chaves, quien se cuadró ante el militar montado en la tanqueta. El suboficial retirado de Ejército que en junio de 1956 había tomado la Guardia del Regimiento 7 con una metra de madera, regresó:

–Dice que por acá no pasa nadie, que tiene orden de reprimir.

Miraron: Al este, el campo de Monte Grande; al oeste, las vías hacia Ezeiza. Tomaron la calle paralela, con la advertencia de que ocuparan la mitad de la calzada; por la otra, circulaban tanquetas.

–No arriesguemos a la gente. Total, el objetivo está cumplido.

Era razonable; Bucich le tomó la muñeca a un compañero:

–Saldaña no reacciona. Tiene pulso, pero…

Ninguno sabía que Julio César Urien junto a sublevados en la ESMA –donde dejaron al primer muerto de la Armada, el cabo segundo Juan Luis Contreras– había traído armas a una plaza de Lomas donde nadie los esperó porque el contacto, José Orueta, era un infiltrado de la Fuerza Aérea.

La Víbora se replegó a los barrios.

Lo demás es historia conocida.


[1] Kunkel será subsecretario de la Presidencia y diputado nacional en la era kirchnerista. Vive en F. Varela.

[2] Pety y Bucich irían a Montoneros. Rivela, sería el intendente 1973-1976; en ese periodo, Bebe Castro armó a una filial de CNU que habrá de participar en la masacre de Ezeiza previo a incorporarse a la Triple A y disparar contra los otros integrantes de aquella Mesa de Movilización. Leguizamón sería concejal en los ‘90. Bucich, funcionario quilmeño, murió en 2005; su esposa Cora, en 2014, luego de ser concejal.

[3] Abasto sería diputado nacional; mano derecha de Eduardo Duhalde en el Senado; inventor de la candidatura de Aníbal Fernández a intendente de Quilmes. Sigue operando en la política y el poder judicial.

[4] Bustos, a los 26 años, será desaparecido en Caseros el 4 de julio de 1977.

[5] Palladino sería senador provincial (1987-1991). Murió en Berazategui hacia febrero de 2017.

[6] Todos, de la Tendencia, Alburúa habrá de presidir el Concejo Deliberante de Quilmes en los ‘90. Urbano Ciavaglia sufrió la cárcel y, ante la tortura, tuvo el comportamiento más digno que sus compañeros recuerden; se suicidó en los ‘90.

[7] El Oso Ranier pasó a colaborar con el Ejército, delató la incursión sobre el batallón Viejobueno y fue muerto el 13 de enero 1976. El Indio Allende sería uno de los más notorios combatientes de FAP; fue preso; en el exilio recibió un reloj de regalo de la hija de Raniero; murió en su casa de Quilmes hacia 2002.

[8] Armando Dionisi habría de participar en la Contraofensiva. Murió en F. Varela el 14 de marzo de 2016.

[9] M. Luisa Martínez será la partera del Hospital de Quilmes que denunció el robo de la beba de la detenida Isabella Valenzi. Fue desaparecida el 7 de abril de 1977.

[10] Mussi sería secretario del Gobierno Nacional en 2002-2003 y 2010-2013. Acaba de ser electo por quinta vez intendente de Berazategui.

[11] Elsa López será diputada nacional (1995-1999).


El libro de E. Arrosagaray con citas a Moya.

8 Respuestas a “17N: LLUVIA DE NOVIEMBRE”

  1. Y A PERON, LE DIO EL CUERO.A las 11.20 del 17 de noviembre de 1972,bajo la lluvia que arreciaba, la figura del Lider se recorto en la escalerilla. Una caravana de autos trajo a la comitiva al espigon, entre gritos y aplausos de los que habian podido llegar. Peron hizo detener el vehiculo y bajo. Rucci se acerco a saludarlo y a cubrirlo con su paraguas y alli los fotografos tomaron para la historia la imagen del General saludando con los brazos en alto, protegido por el paraguas de su fiel compañero.Afuera, el Pueblo seguia intentando llegar, reprimidos por las fuerzas de seguridad.Este es el sentido del DIA DEL MILITANTE.

  2. «Felíz día del militante», Se trata de la conmemoración del 17 de noviembre de 1972, fecha en la que el general Juan Domingo Perón volvía a la Argentina tras 18 años de exilio, Bajo una copiosa lluvia, el ex presidente pisaba suelo argentino acompañado por el secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci, en una imagen que quedó inmortalizada.

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