Por Damián Cáceres
“Yo estaba en el baño dándome una ducha y resulta que me golpean la puerta y me dicen ‘chau, mamita’, porque él me decía mamita o petisa. Entonces salí corriendo para darle un abrazo. Era como si Dios me hubiera advertido `lo vas a abrazar por última vez`. Le di un abrazo tan emotivo que nunca me olvido cómo le brillaban los ojos”.
Los surcos de un rostro no suelen mentir. Como si fueran pequeñas elevaciones de piel, como montañas onduladas que encierran años de historia que pretenden romper el silencio, las arrugas son aliadas al paso del tiempo, al paso de los años. En verdad, esas profundas marcas parecen cicatrices. Así se veía el rostro de Elvira Sánchez, que esta tarde falleció tras varios días de internación por padecer un cáncer. Tenía 80 años y un enorme legado de vida. Una marca imborrable para defender y honrar a los desparecidos y desaparecidas por la última dictadura civil y militar que azotó a la Argentina entre 1976 y 1983, cuando volvió la democracia de la mano de Raúl Alfonsín.
Cuesta escribir y describir un personaje entrañable, único. Una mujer siempre dispuesta a escuchar y a decir. Sobre todo, a decir, mas no a imponer. Sentarse a hablar, o mejor dicho a escucharla, era aprender y entrar, al menos por un rato, en un océano de anécdotas, historias y recuerdos. Por momentos, Elvira hacía erizar la piel. En otros, se hacía inexplicable entender el dolor de una mujer que no se resignó jamás a pedir justicia. “A él lo puso bien que saliera a darle un abrazo, cosa que no era una costumbre. Antes no había tanto cariño o no se lo mostraba”, recordó en una charla con este cronista, allá por 2019, sobre la última vez que vio con vida a Miguel Benancio Sánchez, el atleta tucumano, de 25 años, secuestrado y desaparecido en la madrugada del 8 de enero de 1978, en Villa España.
“Le vi algo en los ojos, algo le brillaba más que de costumbre. Era como que yo supiera que iba a ser un último abrazo que pudiera darle porque lo apretaba y a él, enseguida, le brillaron los ojos. Como él era tan inquieto, tan verborrágico me dijo `está bien, va a estar todo bien, quédate tranquila`”.
Tuvieron que pasar 20 años y dos días para que Elvira dejara de sentir miedo, pánico y mucha confusión. Miedo de hablar, miedo de decir, miedo de pedir. Miedo de esperar a alguien que, para sus adentros, siempre aguardó en vida como hizo su madre que murió en 1993 con la ropa lista y planchada para que Miguel se cambiara. Un encuentro que ahora, depende del prisma y las creencias, tendrá con su querido hermano en alguna parte. Un reencuentro que, desde aquí, perdón la licencia, hasta imaginamos como si fuera un abrazo que, seguro, será eterno.
Una nota escrita por Ariel Scher y Víctor Pochat sacó del ostracismo una historia que cada 24 de marzo acompaña el necesario reclamo por los 30.000 desaparecidos y desaparecidas. Una historia, la de Tucu como la de tantos argentinos silenciados, que hizo renacer al atleta.
“Tenía terror porque había indiferencia y frialdad de muchos que decían `por algo será`, `por algo lo llevaron`. Supieron de la historia de Miguel, ese 10 de enero [de 1998], y a partir de ahí, ese terror, ese miedo se transformó en lucha por la memoria. Desde ese día, Miguel volvió para no irse más. Miguel está en todos lados, en las carreras, en la calle del Cenard (Centro de Alto Rendimiento Deportivo), en un Instituto en La Pampa, en la pista del Parque Sarmiento”.
Elvira, desde aquella iniciática nota de 1998, se hizo más visible y enfática en su reclamo. El de ella no era un pedido unipersonal, sino que ponía en el rostro de Miguel, el rostro de miles de personas que no tenían voz para pedir por los suyos. Siempre se encargó de visibilizar el siniestro itinerario que quiso que Miguel fuera arrancado de su familia aquella madrugada de enero de 1978 y logró dilucidar que su último rastro fue en el centro clandestino El Vesubio, donde pudieron reconstruir cómo Miguel les hablaba a los carceleros, cómo se defendía de pie, encapuchado y golpeado. Lo concreto es que Miguel fue desaparecido tras regresar de competir, primero, en la mítica prueba San Silvestre, de San Pablo (que su entrenador Osvaldo Suárez ganó tres veces consecutivas), y, luego, en Uruguay. “Volvió el 7 de enero a las 22.30 y estaba desesperado porque quería comer un pedazo de churrasco”. Esa última cena caviló siempre en la cabeza de Elvira, al igual que sus visitas permanentes a las iglesias, al Banco Provincia donde trabajaba Miguel como ordenanza. Pero, golpe a golpe, a Elvira se le fue aclarando el panorama a media que avanzaban los días, los meses y los años.
“Primero fue en el Banco, cuando el gerente me dijo que no buscara más porque `no sabían nada de ese empleado` y ya se habían llevado a más de 20 personas de esa institución. Después me di cuenta que los miembros de la Iglesia eran cómplices de la dictadura. A las iglesias fui a pedir porque éramos católicos, apostólicos, romanos. A partir de que supe que los miembros de la iglesia fueron cómplices de la dictadura, como el monseñor Plaza, de La Plata, que les pedía a los detenidos que confesaran, me fui alejando cada vez más. Creo en Dios”.
En los años que buscó a su hermano, Elvira soñó con Miguel:
“Lo soñé tres veces. Lo soñé como era. Soñé que bajaba una escalera sonriente y me decía solterona y petisa. Me miraba así (hace un gesto). La anterior que venía en un colectivo e iba solito en el primer asiento. La primera fue que había llegado a casa, que no era nuestra casa, con la bandera sobre los hombres diciendo ´acá estoy, traigo una medalla´”.
Una medalla como las miles que reparten desde 2000 con La Corsa di Miguel, una carrera que ideó el periodista italiano Victor Picconi, integrante en aquel momento de la redacción de La Gazzeta dello Sport, y que llegó a convocar a 10.000 corredores. Enorme diferencia con los exiguos 2000 que en Buenos Aires corrieron en 2019 (esta fue su última edición por la pandemia por Covid-19), para recordar al atleta en una prueba que se hace desde 2001. Conmemoración que, en 2005, se extendió a Tucumán, con tres ediciones en Bella Vista, su ciudad natal, y las restantes en San Miguel de Tucumán y en Villa España, la localidad en la que vivió, militó y fue desaparecido. En 2006 se sumó la costanera de la ciudad de San Carlos de Bariloche, Río Negro, como nuevo escenario de esta prueba de atletismo y memoria. En 2016 la «Carrera de Miguel» también se realiza en Mar del Plata. Desde 2012, en la ciudad de Buenos Aires existe la calle Miguel B. Sánchez que suplantó a Crisólogo Larralde desde Av. Del Libertador hasta Lugones y que es el camino obligado para llegar al Cenard.
“Este gobierno (por el de Horacio R. Larreta) utiliza políticamente la carrera de Miguel, es una hipocresía. En Roma llevó 10.000 personas. Entonces, cómo acá bajó tanto, bajó a 2000 cupos. En 2018, lo primero que me preguntaron era si Martín Sharples corría o no, a quien consideran conflictivo por su reclamo permanente por los derechos de los atletas discapacitados. Esta carrera no la hace el área de Deportes sino Derechos Humanos que no sé dónde tiene esos derechos humanos. La memoria debe ser activa, presente y no se negocia. A pesar de la hipocresía que hay no renuncio a hacerla. Si Miguel hoy viviera, no tengo dudas que estaría en la lucha y estaría renegando por lo que está pasando en el país. Él luchaba por la justicia social. Estaría sufriendo mucho esta época. Estaría en la lucha por el Cenard. Estaría en todas las marchas. Cuando pasa algo en el país con tanto avasallamiento y quita de derechos, pienso que él estaría luchando para defender a los trabajadores”.
Como decía Elvira, por más que lo hayan silenciado, Miguel, sin cobardía alguna, corre y escribe cada día un poco más. Ahora será el tiempo de que muchos tomen su legado y luchen por las mismas banderas que levantaron Miguel y Elvira. Porque ellos ya descansan juntos, después de 43 años.