LA MAMA DE UN SOLDADO MUERTO EN MALVINAS

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«Mi hijo murió luchando por la Patria: soy la mamá de un héroe nacional»

María del Carmen Penon es la madre de Eduardo Araujo, muerto en el combate de Monte Longdon. Su cuerpo nunca fue identificado. Ella pelea para evitar que se lo considere un NN. “Mi hijo fue con nombre y apellido”.

Juan Cruz Sanz

Por Juan Cruz Sanz (Infobae)

«En la paz, los hijos entierran a los padres; la guerra altera el orden de la naturaleza y hace que los padres entierren a sus hijos».

Heródoto

Martes 13 de abril de 1982. Elbio Eduardo Araujo levanta su brazo, apenas salido de la adolescencia. Muestra su pulgar. Le grita a su mamá que lo reconoce en la inmensidad, aún más grande, del Regimiento de La Plata. Sonríe como un nene que viaja en el micro escolar rumbo al campamento, a la colonia. Él va a una guerra. Él va a Malvinas. «Volveremos», alcanza a decir, cierra el puño. El colectivo se hace chiquito. No volverá.

«Yo soy María del Carmen Penon, la mamá de Elvio Eduardo Araujo, un héroe nacional». Habla con orgullo. Se le siente en el tono de su voz. No hay tristeza. Frente alta, tenacidad pese a sus largos años de lucha. Su cadencia es impecable pero hay silencios, algunos imperceptibles, otros no tanto. Están ahí.

Araujo es uno de los 649 soldados caídos en combate. Solo lo conoce Dios y así quedará en la mente de su mamá, su padre, sus amigos y su hermana, María Fernanda Araujo, hoy de unas de las principales luchadoras por la memoria de gesta de Malvinas.

«Mi hijo era un ser humano hermoso. Muy compañero. Muy amigo. Amigo de los amigos. Rescato tantas cosas que hoy me dice toda la gente que lo conoció, recuerdos tan hermosos», cuenta Carmen. Hay silencio en el estudio de Infobae, solo se la escucha a ella, custodiada por su hija, que la mira con admiración.

«La última vez que nos vimos fue cuando él se fue del regimiento de La Plata. No sabíamos a dónde iban. Veíamos salir los colectivos que los llevaban. Nosotros ahí, esperando, escuchando la marcha con la que los despedían. De repente miramos a uno de los micros y en una de esas ventanillas apareció su carita: nos reconoció, nos saludó, nos pegó el grito ‘Volveremos’ y ‘Mami’, ‘Ma’. Esa fue la última imagen. Ese brazo con el dedo pulgar levantado». Algunos detalles se le pierden, se le mezclan, su relato va y viene pero es consistente. Está arraigado, quizás como su hijo en Soledad, la isla, la compañera de Gran Malvina, donde él quedó.

María del Carmen muestra un marco con dos  queridas fotos familiares: “Mi hijo era un ser humano hermoso, buen compañero, buen amigo, buen hermano”María del Carmen muestra un marco con dos  queridas fotos familiares: “Mi hijo era un ser humano hermoso, buen compañero, buen amigo, buen hermano”

La madrugada del viernes 9 de abril, el Ejército Argentino lo convocó. Tocó la puerta de su casa, le entregó una nota de carácter urgente y lo citaron a las 12 del mediodía en el Regimiento de La Plata. No se volvió a dormir, dejó su casa en Berazategui, donde vivía con su familia desde hacía tres años, y se despidió con un beso muy temprano a la mañana.

«Él hizo el servicio militar, le dieron la baja el 8 de marzo y el 2 de abril pasó lo que pasó. Él sabía que estaban llamando a sus compañeros y él quería irse a toda costa. Estaba ansioso. Él se fue el viernes 9 de abril y ese 9 era un viernes santo». La coincidencia de las fechas con momentos y supersticiones estremece. Araujo deja el continente el quinto día de la Semana Santa, cuando se recuerda la mente de Jesús antes de su resurrección.

«No sabíamos a dónde iba, no sabíamos lo que estaba pasando. Se hablaba de guerra, de esas cosas que uno ignora o será que uno no quiere saberlas. Íbamos al regimiento a averiguar. A él lo tuvieron desde el 9 hasta el 13 en el regimiento. Íbamos todos los días y lo veíamos un ratito. El 11 de abril fue el último día que lo vimos, que era el cumpleaños de su padre. Tocaron el himno, él se puso el gorrito para hacerle el saludo a su himno. Él tenía tanto orgullo, tanta alegría por ir».

No sabíamos dónde iba ni lo que estaba pasando. Se hablaba de la guerra, de esas cosas que uno ignora o que no quiere saber

Ante la repregunta, Carmen guarda el primer silencio: «Sentíamos miedo, nunca se lo dije. Nosotros lo veíamos tan decidido… no podíamos decirle que teníamos miedo».

Una mamá que tardó 20 años en reconstruir el rompecabezas de la muerte de su hijo. Eso fue lo que pasó. El miércoles 14, Araujo llegó a Malvinas vía aérea a las 11 del mediodía y de inmediato fue destinado a la defensa de Monte Longdon. Nuestra Isla Soledad.

La realidad baila sola en la mentira
y en un bolsillo tiene amor y alegrías,
un dios de fantasías,
la guerra y la poesía.

La Colina de la Vida – León Gieco

La cita no es antojadiza, es la canción que él eligió para improvisarla con una lata de dulce de batata, simulando una guitarra que aprendió a tocar desde su infancia en Entre Ríos.

Nos enteramos que no había vuelto de las islas luego de meses de peregrinación. Llegamos a recorrer el hospital de Campo Mayo, cama por cama, herido por herido buscándolo

Carmen detalla esos momentos: «Lo vimos irse y pasaron los días. Un 26 de abril recibimos una carta donde él nos decía que pisó Malvinas el 14 de abril. Después recibimos otra carta donde él decía que no iba a pasar nada, que estaba todo muy tranquilo. Recibimos tres cartas que llegaron con él estando en Malvinas. En esa primera carta nos pide que nos quedemos tranquilos porque ‘el soldado Araujo está montando guardia por su Patria’ y que va a cumplir con su juramento»

«Islas Malvinas (¡Argentinas!): Quédense todos tranquilos que el Soldado Araujo monta guardia por la Argentina (la de todos), próspera y soberana y que es fiel a su juramento».

Lo que vino después fue un derrotero de desidia. Araujo falleció en el combate terrestre entre las fuerzas argentinas y británicas en Monte Longdon, en actitud de servicio para la compañía B de la que formaba parte, el 11 de junio de 1982 a los 19 años, cuando una bomba explotó en plena trinchera y se llevó la vida de Araujo y dos de sus compañeros. Solo uno sobrevivió.

Su familia no se enteró hasta los primeros días de octubre, después de meses de peregrinación a los regimientos en el medio de desesperación y esperanza. Una esperanza que incluyó a un gordo sargento que leyendo una lista les aseguró que estaba vivo, a su hermanita de 9 años gritando su nombre en los hombros de su papá en cada llegada de un contingente y hasta una visita al hospital de Campo Mayo, cama por cama, herido por herido. La búsqueda incluyó la casa del Beto Alonso, amigo de su hijo con quien tenía una maravillosa relación, según cuenta su familia.

Eduardo se quedó en Monte Longdon. Yo me tiré en el piso y abracé esa tierra un buen rato. Él está ahí, no en el cementerio de Darwin

«Ese día el 11, que es cuando fallece, no nos sentimos nada bien. Fuimos al cementerio de Berazategui, a llevarle flores a una señora muy querida del barrio. Ahí nos paramos en el fondo del cementerio, miramos el cielo preguntándonos dónde estaba Malvinas, pensando en él. Nunca entendimos por qué ese mismo 11 fuimos al cementerio, con un día nublado, oscuro. Ellos -por el Ejército- siempre supieron todo. Hubiese preferido que de entrada nos digan la verdad».

Con el tiempo, su hermana fue haciendo amistad con sus compañeros y así pieza por pieza reconstruyeron el paso de Araujo por Malvinas, en un proceso que duró 20 años. Hoy ella es la presidenta de la Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas e Islas del Atlántico Sur.

«Fuimos tres veces a Malvinas. La última fue cuando llevamos la Virgen para que los cuide. Le llevé flores a mi hijo. Yo sé que Eduardo está en Malvinas, es uno de los Soldado Argentino solo conocido por Dios. Con las otras dos mamás -sabemos que se quedaron los tres juntitos-, elegimos tres tumbas y esas son nuestras, les pusimos flores, placas».

Carmen desprende un dolor reciente. Es la primera vez, luego de 30 minutos de relato, que su voz se quiebra. «El soldado que conoció Dios es el soldado Elbio Eduardo Araujo, porque él fue a Malvinas con su nombre y apellido. Por eso nos duele tanto que digan que hay NN. En Malvinas está él y sus 240 compañeros cuidando esa tierra. Malvinas es Eduardo, yo no quiero que se toque ese cementerio, eso es un sacrilegio. Pero si las cosas se hicieran bien con el respeto, que nos participen a cada uno de los 123, que nos entrevisten y nos garanticen que ningún cuerpo va a ser trasladado al continente, entonces sí estoy de acuerdo con la identificación».

«Eduardo se quedó en Monte Longdon, para mí no está en el cementerio. Ahí yo me tiré en el piso y abracé esa tierra un buen rato, él está ahí. Duele enormemente pero es hermoso poder pisar Malvinas».

Carmen sostiene que le duele cuando ve carteles que afirman que en Malvinas hay NN. Ella hace referencia al reciente viaje de Pérez Esquivel, Nora Cortiñas y gente de la Comisión Provincial de la Memoria.

«Nos pisotean nuestros propios hermanos, eso es lo que lastima. Salir con un cartel sosteniendo que hay NN, lastima a una mamá que sabe a dónde fueron, con nombre y apellido. Quien los mató fue un inglés. Fueron a dar la vida. En la otra causa -por la dictadura- los hermanos se pelearon entre hermanos, eso fue aún más triste».

Eduardo estaba en Malvinas en el fondo de una escalera caracol que bajaba a las entrañas de la tierra. Ahí estaba él, sentado con su uniforme. Carmen recuerda la voz de su hijo, bajó en silencio, camino a su encuentro pero no pudo ser: se despertó. Nunca más volvió a soñarlo.


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