PERFIL: BUSTILLO, EL PINTOR SILENCIADO

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Por Alejandro Olmos Gaona *

Existen grandes artistas a los que la envidia, la injusticia y criterios estéticos cuestionables condenaron al olvido. César Bustillo fue uno de ellos que, al no ser parte de ciertas camarillas, no participar de habituales vernissages y exposiciones, sólo se lo recuerda en Plátanos, donde nació un 21 de noviembre de 1917, hijo del celebrado arquitecto Alejandro Bustillo, y de María Blanca Ayerza Jacobé.

Muy pronto abandonó los estudios de arquitectura para dedicarse al arte, su pasión desde siempre. Se quedaba por horas observando los pájaros, los árboles añosos, el paisaje que veía a lo lejos del enorme lugar que la estancia de su padre había transformado y que lo nutrió de un amor profundo hacia la tierra y lo que veía en ella. 

Hizo tallas espléndidas, pintó, dibujó, modeló, escribió frases memorables en las paredes de su taller y en páginas que fueron quedando entre aquellas cosas que dejó en ese lugar humilde que fue su refugio, donde creaba, meditaba, contemplaba todo aquello que le parecía asombroso. Vivió allí sus años finales, mientras una enfermedad lo iba afectando cada vez más. En ese galpón con dos ventanas, alguna sin vidrio, un catre, sus libros, la ropa que le resultaba imprescindible y un baño, fue el espacio, donde pintó, escribiendo en las paredes sus frases como aquella emblemática para definirlo “Crear es vivir”.

Reflexiones de una época en que algunos artistas procuraban pensar la vida, como lo hacían otros grandes.

Sus largas conversaciones con los peones del campo le hicieron conocer costumbres, formas de vida que plasmó en óleos donde pintó desnudos a esos hombres, mostrando su rusticidad y la esencia de cada uno de ellos que lo admiraban, ya que era capaz de prestarles la atención que otros no hacían.

Trabajó la piedra, la madera y el bronce, viendo dónde podía expresarse mejor, aunque lo suyo fue la pintura y el muralismo. En ocasiones, participó de manera individual en muestras de arte, y otras colectivas, ya que eso no era lo suyo. Sólo le interesaba pintar lo que veía o imaginaba.

En su momento su nombre no trascendió por su trayectoria artística sino por el escándalo que ocasionaron los seis murales, que le encargara su padre, para el Hotel Provincial de Mar del Plata, inaugurado el 18 de febrero de 1950. César utilizó la difícil técnica del fresco, pintando desnudos de formas extremas, con musculaturas poderosas. Una especie de Mar del Plata mitológica con dioses y gauchos, pintándose a sí mismo en esas desnudeces. 

David Alfaro Siqueiros quedó asombrado de esas poderosas imágenes, por su expresividad y un asombroso manejo del color, más aún cuando se trataba la obra de un artista muy joven, pero que ya mostraba un indudable talento. Dijo que debería haber nacido en México.

Los detractores que tuvo fueron muchos porque el criollismo de César molestaba, en especial en los círculos preferidos por coleccionistas que siempre miraban a Europa en busca de sus expresiones estéticas.

Lo obligaron a cubrir con taparrabos los desnudos por la decisión del gobierno, lo que no sirvió de mucho porque en 1954 lo cubrieron con paños, para evitar que los murales fueran vistos por los visitantes del hotel. Al caer Perón desaparecieron los paños, pero no la mediocridad e incultura. 

Se cubrieron de nuevo las pinturas por orden de un ignoto interventor militar para que no se volvieran a ver, a lo que se sumó el informe lamentable y prejuicioso de una Comisión evaluadora integrada por los críticos Julio Payró y Jorge Romero Brest, el pintor Basaldúa, el arquitecto Ballester Peña y el escritor Mujica Laínez constituida para que se expidieran sobre los valores plásticos de la obra. 

Lo interrogaron sobre las condiciones de la contratación y se defendió como pudo, mostrando que había realizado el trabajo ad honorem, no pudo entender ciertos maliciosos comentarios sobre su obra, y expuso sus ideas sobre el patrimonio cultural de la Nación, que debía alejarse de la obsesión por lo foráneo. 

Su padre le acompañó en sus descargos, mostrando la arbitrariedad de la Comisión, pero nada pudo hacerse ante la descalificación que firmaron esos “notables”.

Al fin, el 29 de abril de 1962, se quitaron los paños, y César Bustillo pudo restaurar su obra, volvió a Buenos Aires, donde siguió pintando sin descanso, meditando, reflexionando sobre la incomprensión y sus propias desventuras, que lo llevaron a un enclaustramiento donde lo alcanzó la muerte.

En una exposición en Witcomb de algunas de sus obras, el crítico Fernando Demaría valoró el legado de Bustillo y mostró toda la persecución que lo acosó por haberse atrevido a romper los convencionalismos de la época y tanto esteticismo mediocre celebrado por críticos y galeristas que no podían aceptar que César se riera de ellos y no le interesara participar de sus modos de interpretar el arte y de los negocios derivados de él.

  • Historiador, Director del Observatorio de la Deuda Pública

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