MERIENDAS LITERARIAS, CON TINCO ANDRADA

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(CIB) Regresan las ediciones de las Meriendas Literarias 2022, con notorias novedades. Por empezar, este año serán mensuales, y el lugar será otro. Dejan la zona de la placita de Ducilo para acercarse al centro.

El pre encuentro del domingo 6 (Foto CIB).

Si bien el domingo pasado ya hubo un pre encuentro con escritoras que recibieron otra visita de Verónica Sordelli, la inauguración del nuevo ciclo será el domingo 13 en el bar Rafiki, de calle 13 N° 4887.

Las organizadoras, Patricia Lob y Nadia Roa, confirmaron a este CIB que el lugar es más propicio y cómodo, lo que el domingo pasado pudo comprobarse: patio trasero con techo corredizo apto para fumadores y no, tanto como para disfrutar del sol o la sombra en un sector más cómodo los domingos desde las 17.30.

El primer invitado será el escritor Tinco Andrada, quien vendrá a presentar su más reciente volumen, La hija del español. Acerca del autor y su obra, el diario La Prensa publicó una reseña que se reproduce a continuación.

Historia clásica en el marco del pasado nacional

Por Arturo Blair (La Prensa)

Es la más antigua de las historias románticas: el amor imposible entre dos personas de realidades diferentes, enfrentadas por divisiones históricas, por los prejuicios y por una insuperable terquedad familiar.

Una nueva versión de ese argumento ancestral es la que ofrece La hija del español. El escenario: el Buenos Aires de principios del siglo XIX, pero también las provincias del Norte. Tiempos de revolución, de independencia y, más tarde, de interminables contiendas civiles. Los protagonistas: Concepción De Alzaga, niña bien pero con ínfulas de independencia, hija protofeminista de un comerciante negrero tan próspero como inescrupuloso, y Manuel Rodríguez, negro liberto, criado en la familia del célebre Martín Rodríguez, más tarde militar heroico en el regimiento de Pardos y Morenos, y fogueado en mil combates de las luchas intestinas.

Amigos en la infancia, separados de modo brutal cuando niños, la novela imagina su reencuentro pasadas casi tres décadas, cuando Concepción sea ya una esposa y madre asentada, y Manuel vague entre los montes tucumanos combatiendo montoneras y salteadores. No por anunciada la reunión perderá intensidad.

El amplio arco temporal, que se relata de manera episódica en unos pocos capítulos entrelazados con hechos de la historia nacional, se condensará en un desenlace a toda orquesta, impactante, cargado de violencia y tragedia, a tono con las pasiones desatadas por los amantes mal avenidos.

Nacido en Añatuya, Santiago del Estero, Tinco Andrada procuró contar en La hija del español la versión desde el punto de vista femenino de la misma historia que había narrado en El negro Manuel, el tercero de sus libros. Su lectura aporta una nueva mirada a un género, el de la novela histórica-romántica, cada vez más transitado por escritores y lectores argentinos.

La hija del español. Por Tinco Andrada. Barenhaus. 186 páginas

Así escribe

CAPÍTULO I  

—Buenos Aires 1799

 —¡Muévanse! —gritó De Alzaga—. Dejen que pase la mujer que está en la puerta.

Las negras de servicio corrían de un lado a otro, a veces tropezaban entre sí y todo era nerviosismo.  

La primera de las negras en llegar hasta la puerta de calle para abrir tiró con fuerza del pestillo, tanto, que algo pasó y la puerta quedó clavada en su lugar sin poder abrirse. A través de una rendija pudo ver afuera los ojos de asombro de la curandera. Las mujeres se miraron petrificadas. No esperaban ese dramatismo en un momento tan inoportuno. Una desde adentro y la otra desde afuera, como si hubiesen acordado para actuar, insistieron en hacer la fuerza necesaria, para destrabarla y abrir. 

—¡Mierda! ¿Qué pasa ahí, carajo? —gritó otra vez De Alzaga—. Que la curandera se apure. Mi mujer está como loca de dolor —dijo el español al avanzar hacia la puerta de calle al tiempo que lanzaba un manotazo hacia un costado. El golpe alcanzó a una de las negras y la tiró a un lado, justo en el momento en el que la recién llegada cruzaba bajo el dintel de algarrobo—. Pase, mujer —indicó De Alzaga—. ¡Rápido! Hágalo por aquí —ordenó.  

—¿Cómo está la señora? 

El español entrecerró los ojos, inclinó la cabeza y por arriba del hombro miró a la mujer con fastidio al decir:  

—¿Qué le parece a usted? ¿Por qué cree que la llamé? ¡Obvio que está mal! ¡No haga preguntas estúpidas! Mi mujer transpira como una endemoniada y tiene la panza dura como una piedra.  

El día amaneció con una lluvia tenue de verano y las campanas del convento recién marcaban la seis de la mañana. Una atmósfera de agitación e impaciencia ganaba a toda la gente de la casa y ninguno quedaba indiferente. Doña Faustina del Huerto y Sandoval seguía abrumada por los dolores, con una queja como una letanía que no cesó durante toda la noche. Su marido, don Santiago De Alzaga, tampoco pudo pegar un ojo y eso lo puso de pésimo humor. La hora y el día llegaron. A doña Faustina siempre le había costado quedar encinta y con esta preñez no fue como con el primero; la cosa se dificultó más. Sufrió mucho. Su marido protestaba siempre, renegaba de ese vientre complicado que la tuvo a maltraer durante tanto tiempo. Odiaba a ese ser que estaba por llegar, no lo quería y consideraba que era el culpable de los malos momentos, preocupaciones y desdichas sufridas por su mujer. Hubo muchos problemas tiempo atrás y, ante la aparición de unas pequeñas pérdidas de sangre, la curandera le recomendó que guardara cama el resto del tiempo que faltaba para parir. Fue así durante cinco meses. A doña Faustina le incomodaba estar siempre acostada, por eso buscaba distintas formas de permanecer confortable en la cama. Notó que cuando descansaba o dormía apoyada sobre su lado izquierdo sufría menos y respiraba mejor al sentir menos presión. Continuó haciéndolo así hasta este momento que era el final de la espera y por fin estaba por parir.  

Todos entraron a la habitación. La embarazada lloraba y gemía sin parar. La recién llegada palpó con calma el voluminoso vientre, miró con seriedad a De Alzaga, apuntó la mirada hacia las negras y para hacerse oír gritó con fuerza.  

—¡Traigan rápido una palangana grande con agua caliente! —la voz potente de la curandera sonó clara. La mirada era imperativa—. ¡Las toallas! ¡No se olviden de las toallas que preparamos! ¡No demoren, mujeres! ¡Rápido, por favor! 

Doña Faustina no paraba de quejarse. De Alzaga, hombre de carácter fuerte y brutal, en lugar de mantener la calma, iba de un lado a otro, gritaba a todos y complicaba aún más el escenario. La curandera buscó a la negra de mayor confianza en la familia, hizo señas para que se acerque y al oído le indicó que sacara a ese hombre de allí. 

 —Está molestando, ¡sáquelo! ¡Ahora! —ordenó. 

La pobre negra quedó temblando, no sabía qué hacer. No era posible darle una orden a su amo. El castigo sería violento como siempre, con golpes de gran crueldad. Por fortuna no fue ella la encargada de transmitir el pedido de la curandera. En ese momento, por los gritos y corridas que se escuchaban en toda la casa, apareció la madre de doña Faustina y fue ella la que con paciencia y cuidado pudo convencer al hombre de que dejara solas a las mujeres y la acompañara a la galería.  

La mujer que ayudaría a parir a doña Faustina también pidió que viniera la negra Carmen, quien con anterioridad fue instruida en la manera como debía proceder en los momentos más críticos. Por fin en la pieza quedaron solo las mujeres que debían estar. La curandera quería saber cómo venía la criatura: acomodó sus dedos, con cuidado los introdujo y aprovechó para apretar fuerte para abajo. La mujer pegó un alarido por la sorpresa y chilló sin parar por el dolor. La curandera palpó al apretar con los dedos en distintas partes y le pareció que el angelito estaba bien acomodado. Otra vez y siempre con fuerza hizo presión hacia abajo para tratar de dilatar un poco más. Al retirar la mano, la llevó sobre el vientre de la parturienta; notó que estaba totalmente rígido. Había que trabajar sin pausa, ya que doña Faustina ayudaba poco y gritaba cada vez más. Le pidieron que empujara, pero, en vez de hacerlo, lloraba. La negra Carmen puso el brazo sobre la parte de arriba de la panza como le indicaron y empezó a presionar hacia abajo. Doña Faustina hacía muchas horas que sufría ese trance complicado; el dolor era intenso, la cara y el cuerpo le sudaban sin parar y estaba empapada. La curandera, pasado un buen rato, volvió a palpar y una vez más introdujo los dedos y apretó con total fuerza hacia abajo porque quería mayor alargamiento. Esto lo repitió varias veces durante horas hasta considerar que hubo un ensanche suficiente. El tiempo corría y al cabo de una hora más, por fin sintió la cabeza. Pidió un candil, urgente, y alumbró hasta ver unos pelitos oscuros y mojados. Llegaba.  

 —Empuje, señora. ¡Vamos, mujer! Empuje con fuerza que ya viene.  

 —¡No puedo más! ¡Por favor, no más, no más! —lloraba a los gritos e imploraba que la dejaran en paz. 


3 Respuestas a “MERIENDAS LITERARIAS, CON TINCO ANDRADA”

  1. Excelente!! Como siempre Alberto impecable en tus notas Y en ésta se despliega muy bien la obra de este escritor Los esperamos a todos el 13 de marzo 17 y 30 en RAFIKI calle 13 n 4887 Berazategui

  2. Gracias por la nota Alberto Moya. Gracias Rafiki por el espacio, gracias Meriendas Literarias, gracias Patricia Lob, gracias Nadia Roa, gracias Berazategui. Nos encontraremos el domingo y con placer, dejaré lo mejor de mí. Los espero a todos.

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